Amós 2:6-3:8
Su vida giraba en la quietud de las praderas y lo más peligroso que había conocido, era la amenaza de algunas fieras amenazando su rebaño. Un extraño día tuvo un llamado de los cielos y su vida cambio de una manera radical.
Ahora no se preocupaba por unos animales que amenazaban y amedrentaban a otros animales, sino que ahora sus ojos veían como los hombres oprimían, explotaban y denigraban a sus prójimos, y también como el amor y la reverencia al Eterno se había transformado en un culto extraño.
Samaria era la capital del reino del norte y la opulencia era grande, máxime al añadir que la guerra se había alejado y la prosperidad económica y política habían avanzado en sobremanera; lastimosamente, así también había crecido la desigualdad económica entre el pueblo y este se dividía entre los que explotaban a los pobres y débiles, y los que eran explotados por sus condiciones paupérrimas.
La época se caracterizaba por la perversión de la justicia por medio del soborno vía influencia, la expropiación de los terrenos de los pobres y la opresión de los obreros. No solamente existía una ingratitud hacia sus hermanos y compatriotas, sino también muchos habían hecho a un lado al Creador del universo cayendo en los placeres más bajos.
Es en ese momento que el Eterno envía a Israel al profeta Amos con una reprensión muy seria y un oráculo que definía y encerraba toda la maldad del pueblo, como está escrito: “Porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres. “(Amós 5:12)
Las tierras de los alrededores proporcionaban pastos para el ganado, cuyo cuidado formaba parte del oficio de Amós (1.1). La importancia de dicha información es que Amós no tenía un trasfondo de actividad profética, hasta entonces no se consideraba profeta, ni había sido educado en las escuelas proféticas, como él mismo lo registra:
“Entonces respondió Amós y dijo a Amasías: Yo no soy profeta, ni hijo de profeta, sino que soy boyero y cultivador de sicómoros. Pero Adonay me tomó cuando pastoreaba el rebaño, y me dijo: Ve, profetiza a mi pueblo Israel.” (Amos 7:14).
A diferencia de otros profetas que no dan mención explícita de la fecha de su ministerio, Amos nos brinda la fecha en la cual él profetizó, la encontramos al inicio de su libro. En el, nos brinda información valiosa para fechar la época en la cual el Eterno lo saca de su oficio habitual, y lo convierte en un emisario suyo para llevar un mensaje al reino del norte (Israel)
“Palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, de lo que vio en visión acerca de Israel en días de Uzías, rey de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto.” (Amos 1:1)
En primer lugar es bueno recordar que para la época de Amos, Israel estaba dividido en dos reinos: El reino del norte, al cual también se le conocía como: Israel, Efraín y su capital era Samaria y, el reino del sur, y sus diversos nombres: Judá, la casa de David y su capital Jerusalem.
Por el texto antes citado, podemos ubicar su ministerio en los años del Rey Uzías (Rey de Juda) y Jeroboam II (Rey de Israel). El primero reinó 52 años en Juda desde el año 792 AEC al 750 AEC, Jeroboam por su parte, reinó 41 años desde el 793 al 753 AEC.
A parte de mencionar el periodo de los reyes, el profeta da otro detalle que nos ayuda a fechar con mayor exactitud la fecha de su ministerio, esto es “el terremoto” mencionado por Amos. Este terremoto fue muy notorio en la historia del pueblo, tanto así, que también es mencionado años más tarde por Zacarías (Zac. 14:5, 520 AEC. Aprox.).
Flavio Josefo hace mención de este terremoto, y en su narración él sostiene que en este sismo, Uzías rey de Judá fue castigado con lepra por ofrecer incienso (2 Crónicas 26:19).
“Entre tanto un gran terremoto conmovió la tierra, y entenebreciéndose el templo resplandeció la luz del sol que cayó sobre su rostro; enseguida lo invadió la lepra.” (Antigüedades libro 9, Cap. 10:4)
Tanto la información histórica como la arqueológica sugieren una fecha alrededor del 760 AEC para este terremoto. Si nos acomodamos a esta fecha, esto nos llevaría a concluir que el profeta inició su ministerio en el 762 AEC
- La corrupción moral:
La corrupción moral que narra el profeta no tiene parangón alguno. El padre y el hijo se acostaban con la misma mujer (Amós 2:7). Una práctica similar tenían los cananeos, consecuentemente, esto hizo que la religión se corrompiera y el sincretismo aumentará. - Corrupción religiosa:
Un comentarista nos dice sobre esto lo siguiente: “La decadencia religiosa aumentaba juntamente con la “opresora pirámide social”. Los santuarios florecieron (Amós 4:4-5; 5:21-24), pero no con un culto puro al Señor. La adoración al dios de la fecundidad, Baal, se practicaba en muchos lugares del norte… Muchos israelitas tenían poca comprensión de las provisiones de la ley. El mismo rey era patrón del culto degenerado ofreciendo empleo a sus sacerdotes y profetas profesionales para obtener su bendición y apoyo (Amós 7:10–13; Miq. 3:5–11).” (Comentario bíblico mundo hispano, tomo 13, Oseas—Malaquías, Pág. 74) - La injusticia: La época se caracterizaba por la perversión de la justicia por medio del soborno y la influencia política, de la expropiación de los terrenos de los pobres y la opresión de los obreros. El profeta trata la injusticia al pobre y al más débil (Amós 5:12)
La conexión entre la Parashá VaYeshev y esta sección de los profetas, es evidente. Como se recordará, los hermanos presentaron dos propuestas para librarse de José. Los partidarios de la primera propuesta (Simeón y Leví, según algunas fuentes) querían matar a José, mientras Judá retrocede ante una medida tan drástica y sugiere que lo vendan. Obviamente, para el bienestar personal de José, el plan de Judá es preferible, ya que es sin duda mejor ser un esclavo en la casa de Potifar que un cadáver arrojado a un pozo.
“Entonces Judá dijo a sus hermanos: ¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y encubramos su muerte? Venid, y vendámosle a los ismaelitas, y no sea nuestra mano sobre él; porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne. Y sus hermanos convinieron con él. Y cuando pasaban los madianitas mercaderes, sacaron ellos a José de la cisterna, y le trajeron arriba, y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto.”(Bereshit 37:26-28)
Mientras que leemos en la Haftara:
“Así ha dicho Adonay: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos.” (Amós 2:6)
En la tradición judía, José es conocido como Yosef Hatzadik (José el Justo), y el profeta dice que en su tiempo el justo era vendido por dinero, lo mismo hicieron los hermanos de José, al venderlo a los Ismaelitas por veinte piezas de plata. Por otra parte, como ya lo hemos señalado, esta profecía critica acertadamente las transgresiones a los preceptos que el judaísmo llama: “Ben Adam la haveró” (entre el hombre y su prójimo). En el caso de la Parashá, Los hermanos de José pecan contra él vendiéndolo siendo justo; en la Haftara, los opresores de la generación de Amos venden al justo por un par de Zapatos.
Antes de llegar al juicio contra Israel, el profeta había hablado a siete naciones, sus pecados fueron puestos a luz y su juicio de igual manera. Ahora había llegado el momento del reino del norte (Israel), y aunque parezca inverosímil, sus pecados eran iguales o quizás peores, que los de las naciones vecinas a las cuales se les había decretado juicio.
Si quisiéramos hacer un resumen de los pecados descritos por el profeta, estos los podríamos clasificar en dos: 1) Idolatría; 2) corrupción jurídica, social y moral. Haciendo una lista más sistemática, el profeta enumera seis pecados los cuales contextualizaremos y veremos como la generación de Amos, estaba violando los derechos de sus cohabitantes y por ende los mandamientos de la torah.
i. Vender a los pobres como esclavos (Devarim 15:7-11)
ii. Explotar a los pobres (Shemot 23:6; Devarim 16:19)
iii. Practica de pecados sexuales (Vayikra 20:11-12)
iv. No devolver las prendas hipotecadas (Shemot 22:26-27; Devarim 24:12-13)
v. Adorar a otros dioses (Shemot 20:3-5)
vi. Poner tropiezo a los Nazareos y profetas
Al estudiar cada uno de los pecados en los cuales el pueblo había caído, nos damos cuenta que había transgredido la torah en todos los aspectos, esto es: incumplimiento a los mandamientos tocantes al prójimo y los mandamientos tocantes al Eterno.
Frecuentemente se pasa por alto en nuestra sociedad, el incumplimiento de los preceptos entre el hombre y Dios; a menudo escuchamos frases como “No le hago daño a nadie viviendo así” ignorando que la relación entre la humanidad y Dios es virtualmente inseparable. Malos actos contra Dios tienen repercusiones en el entorno que nos rodea queramos o no.
La idolatría es la peor muestra de un corazón endurecido y no agradecido a Dios por su poder y bondades y el pueblo había llegado a ese extremo tan peligroso: “Se acuestan junto a cualquier altar; y el vino de los multados beben en la casa de sus dioses. (Amos 2:8)
“Temían a Adonay, y honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados. (2 Reyes 17:33)
El pueblo se había alejado tanto de su creador que incluso impedían que los que se habían apartado para su servicio lograran su cometido. Entre el pueblo había personas que buscaban de todo corazón el rostro del Eterno, la manera como lo demostraban era haciendo votos de nazareos y otros se levantaban como profetas.
A los nazareos, ofrecían vino y a los profetas impedían que profetizaran (2:12), no querían saber ni oír nada de lo divino, sino que, querían seguir en su idolatría y sincretismo religioso que al final los llevaría al caos y la destrucción como nación a manos de los Asirios.
Israel mejor que nadie sabía perfectamente que solo existía un Dios todopoderoso que los había rescatado de Egipto y los había consagrado como su especial tesoro dándoles la revelación de la torah en el monte Sinaí. En esa torah que dio al pie del monte, El Eterno dejó muy claro que como nación (e individuos) no podían rendir culto a otro Dios:
“Yo soy Adonay tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Adonay tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. (Shemot 20:2-5)
El amor al prójimo es el cumplimiento de la torah, en ese rubro, tal como lo menciona Ya’akov HaTzadik: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (Jacob [Santiago] 2:8. ver también: Romanos 13:10)
Y este era el problema o uno de los problemas centrales de la sociedad en los días de Amós: se habían olvidado de la torah, y esto consecuentemente había hecho que la sociedad fuera un caos concerniente a las relaciones interpersonales. Los más poderosos veían como objetos a las personas con menos recursos, y por ende, no les daban el valor que merecían y su dignidad era casi nula.
Esto es muy peligroso en varios aspectos: En primer lugar cuando denigramos la dignidad humana y no damos el valor que las personas merecen, ocasionamos un impacto en la sociedad y nos convertimos en personas que valoramos a la gente por sus posesiones y/o posiciones económicas y no por su valor como seres que fueron hechos a la imagen de Dios.
En segundo lugar, al reducir a las personas a un objeto para enriquecerse, el materialismo crece haciendo que la sociedad se degrade grandemente. Las personas son sujetos a quienes respetar y no “números” o cifras estadísticas. Es triste ver como en nuestra sociedad, el materialismo hace que perdamos totalmente el enfoque de lo que una persona vale intrínsecamente.
Como bien lo expresará un Rabino: “La actitud de los que tienen el poder y los medios hacia los pobres es no sólo una de insensibilidad y la insistencia en estricta justicia, sino de la explotación. Esencialmente, ellos ven a los pobres (junto con el resto de la población) no como personas que son socios en su sociedad, sino como objetos para la explotación y el avance de la situación de los fuertes y poderosos. No es el elemento humano de los pobres que se presenta ante sus ojos, pero una unidad económica débil que libremente puede ser explotado.” (Rav Moshé Lichtenstein)
Trágicamente, la sociedad en los días de Amós era una sociedad floreciente, pero a la misma vez existía una injusticia social y económica que llevó a los aristócratas a vender a su hermano más pobre por un par de sandalias, oprimir al más débil y cometer las injusticias más grandes en contra de los más desprotegidos.
Nuestro Rabí y salvador Yeshua, resumió en pocas palabras estos dos conceptos, y definió dos mandamientos en los cuales se resume todo lo antes explicado, esto es: el amor al Eterno y el amor al prójimo, tal como lo registra el evangelio de Marcos:
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.” (Marcos 12:30-31)
Que El Eterno nos haga más sensibles a su palabra y a las necesidades de nuestro hermano.
Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo