1 Reyes 2:1-12
Llegamos al final del “hombre conforme al corazón de Dios” y escuchamos sus últimas palabras, recomendaciones, consejos, sugerencias, y exhortaciones que salieron de boca de David a su hijo y heredero al trono: Salomón. El ocaso del dulce cantor de Israel y el amanecer del rey más sabio, un hombre que ahora estaba legando su reinado a su hijo, un reinado que el Eterno había confiado en sus manos, un reinado que él nunca usurpó, pero ahora en su lecho de muerte experimentaría la última sedición.
Hoy el dulce cantor de Israel comenzará a caminar por la senda que todos los mortales tendremos que andar. La Parashá y la Haftará se unen para describirnos las instrucciones, previas a su muerte, de dos grandes a sus hijos: Jacob y David.
A menudo es un ejercicio interesante comparar diferentes relatos bíblicos de los mismos eventos para ver lo que podemos aprender de ellos. En la Haftará, leemos del mensaje del lecho de muerte del rey David a su hijo Salomón quien pronto sería rey. En la Parashá encontramos los últimos días de vida y las últimas instrucciones (Bendiciones) de Jacob a sus hijos. Y lo que une a los relatos es la muerte de estos dos gigantes de la fe bíblica.
“Y acercándose los días de la muerte de David, dio órdenes a su hijo Salomón, diciendo: Yo voy por el camino de todos en la tierra. Sé, pues, fuerte y sé hombre. Guarda los mandatos del SEñOR tu Dios, andando en sus caminos, guardando sus estatutos, sus mandamientos, sus ordenanzas y sus testimonios, conforme a lo que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y dondequiera que vayas, para que el SEñOR cumpla la promesa que me hizo, diciendo: Si tus hijos guardan su camino, andando delante de mí con fidelidad, con todo su corazón y con toda su alma, no te faltará hombre sobre el trono de Israel.” (1 Reyes 2:1-4 LBLA)
Estos son los primeros capítulos del libro de los Reyes, pero paradójicamente son los últimos días del “dulce cantor de Israel”. A pesar de ser los últimos días del monarca conforme al corazón del Eterno, no fueron quietos ni tranquilos.
En primer lugar, hubo una disensión que resolver: Su hijo Adonías se proclamó rey. Por la rápida acción del profeta Natán y Betsabé, la sublevación se erradicó y por orden de David, Salomón seria el heredero legitimo al trono.
En segundo lugar no basta la coronación del heredero al trono, sino que ahora, el dialogo giraría en el ambiente más íntimo de la familia, de padre a hijo. Los consejos de David serían las últimas palabras que Salomón escucharía de su padre, estos consejos girarían alrededor de la obediencia al Eterno, el andar en sus caminos, y para que esto sea una realidad, David le dice a Salomón que: sea fuerte y que sea hombre. Esta fortaleza y esta hombría serían necesarias para que nunca se apartara de los caminos del Dios de su padre David.
Pero no solamente daría consejos del temor al cielo, sino también, sus últimas palabras tienen mucho que enseñarnos a nosotros y esto es, cuando el monarca dice: “Yo sigo el camino de todos en la tierra.” El camino que todos los mortales tenemos que recorrer es la muerte, esta senda se inauguró en el mismo momento que Adán trasgredió el mandato del Eterno, Dicha transgresión abrió la puerta por la que todos los seres humanos experimentemos el sinsabor de la muerte. Como está escrito: “Por esta razón, así como el pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre y la muerte por medio del pecado, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12 RV95)
“Cada hombre; sin una revelación sobrenatural, no importa cuán filósofo sea, sabe que la muerte es la entrada en lo desconocido. Es el portal a las tinieblas. Los hombres tienen que entrar por este portal, conscientes de que tienen en ellos una vida imperecedera combinada con todos los elementos de la perdición.” (Charles Hodge)
Sin la necesidad de ser fanáticos o escépticos, religiosos o incrédulos, la muerte resulta algo muy natural, puesto que: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.” (Hebreos 9:27). Desde el punto de vista ideal, resulta algo sumamente antinatural, ya que la muerte es la paga del pecado (Romanos 6.23). Ambas perspectivas aparecen en la Biblia, y ninguna de las dos debe ser pasada por alto.
Como muchos comentaristas han dicho, en las páginas de la biblia no solamente se habla de una muerte, sino de dos: la muerte física y la muerte espiritual. Estos dos tipos de muerte que registra la escritura no son algo nuevo, sino que lo encontramos desde los albores de la creación. El comentarista judío, Filón de Alejandría, encuentra, la primera y la segunda muerte, en el capítulo segundo del libro de Bereshit (Génesis).
“Por otra parte, dice “en el día en que comiereis de él moriréis con muerte”. (Gen. II, 17.) Sin embargo, habiendo comido no sólo no mueren, sino además engendran hijos y se constituyen en origen de nuevas vidas. ¿Qué decir ante esto? Que hay dos especies de muerte: la propia del hombre y la propia del alma. La del hombre consiste en la separación del alma y del cuerpo; la del alma en la ruina de la virtud y la adquisición del vicio. Por eso también dice no sólo “morir” sino “morir con muerte” indicando que se trata no de la muerte común sino de la muerte especial y por excelencia, que es propia del alma que se ha sepultado en todas las pasiones y los vicios. Y esta muerte es casi lo opuesto de la otra. Aquélla, en afecto, consiste en la separación de los elementos combinados que son cuerpo y alma; ésta, por el contrario, es el encuentro de ambos, con la victoria del inferior, es decir, el cuerpo, y la derrota del superior, o sea, el alma.” (Filón de Alejandría, Legum Allegoriae XXXIII)
La muerte primera, la muerte natural es la separación del cuerpo y del alma, la separación de lo material y lo inmaterial. Es el final de todos los mortales; el deterioro físico y la eventual disolución final son inevitables. El día cuando nuestro cuerpo deje de vivir se cumple lo que está escrito: “El hombre, nacido de mujer, corto de días y lleno de turbaciones, como una flor brota y se marchita, y como una sombra huye y no permanece… Ya que sus días están determinados, el número de sus meses te es conocido, y has fijado sus límites para que no pueda pasarlos.” (Job 14:1-5 LBLA)
La muerte segunda es cuando el alma es eternamente separada de Dios y es aniquilada, esto es para los creemos que el alma será destruida (Salmos 34:16; Malaquías 4:1; Mateo 10:28). Para otros es cuando el alma es separada de Dios y es echada al lago de fuego para un castigo consciente de duración eterna (Mateo 25:46; Marcos 9:43). Existe un factor común y este es: El alma es separada de Dios para siempre y eternamente. En el libro de apocalipsis encontramos la referencia más explícita de la segunda muerte: “Bienaventurado y santo es el que tiene parte en la primera resurrección; la muerte segunda no tiene poder sobre éstos sino que serán sacerdotes de Dios y del Mesías, y reinarán con El por mil años.” (Apocalipsis 20:6 LBLA).
La muerte es algo con lo cual el hombre ha tenido que bregar, pero el Eterno no dejaría que su creación fuera destruida con la muerte. Si la muerte es la paga del pecado, esto nos lleva a deducir que si el pecado es vencido la muerte es quitada, tal como lo diría Rabí Shaúl: “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Yeshua HaMashiaj Señor nuestro.” (Romanos 6:22-23 LBLA)
Ahora bien, la posesión de la vida eterna no anula la muerte física. Está en contraposición a un estado espiritual y no a un acontecimiento físico. Lo que se infiere de todo esto es que la muerte que es consecuencia del pecado va más allá de la muerte del cuerpo. Pero la fe en Yeshua y la regeneración, nos garantiza que no veremos la muerte segunda.
La historia nos da evidencia de lo antes dicho, todos los justos y los santos que han sido redimidos por el sacrificio vicario del mesías, han tenido que pasar por el oscuro naufragio de la muerte, pero volverán a la vida, resucitaran y tendrán vida eterna: “Y esta es la promesa que El mismo nos hizo: la vida eterna.” (1 Juan 2:25 LBLA).
Pero también existe la posibilidad que como creyentes no veamos la muerte, como lo dijo Tomas de Aquino: “La muerte es el castigo consiguiente al pecado original. Mas no todos los que proceden de Adán seminalmente morirán; pues aquellos que estén vivos a la venida del Señor no morirán jamás.” (Suma Teológica II, C.81 a.3), y también está escrito: “He aquí, os digo un misterio: no todos dormiremos” (1 Corintios 15:51 LBLA)
Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo