1 Reyes 18:1-39 (Ashkenazí); 1 Reyes 18:20-39 (Sefardí)
Existen hombres que han surgido a la palestra con honores, con un nombre que se ha hecho esplendido, por su poder, por la influencia que ellos han generado en miles o quizás millones de personas.
Ellos son aquellos que muestran su palmarés, y exhiben en sus salas las medallas, los títulos y los reconocimientos con los cuales han sido premiados. Sus éxitos no son desconocidos para la sociedad y para la cultura general.
Reyes, capitanes, generales, científicos, son hombres que han cambiado el rumbo del planeta y que desde su aparición, la historia ha sido diferente. Los relatos de su vida, parecen quimeras, historias que llenan de entusiasmo al lector común o al auditórium que se rinde delante de ellos.
Pero hay otros hombres que interrumpen la historia de una manera abrupta, tal es el caso del profeta que ahora estudiaremos en uno de los episodios de su vida que ha llenado pulpitos y ha hecho que la fe que claudicaba surja de la duda y vuelva a decir que solo hay un Dios vivo y verdadero. El profeta ha hecho que judíos y cristianos lo vean como un icono dentro de los eventos futuros, el precursor del Mesías, aquel que hará volver el corazón de los hijos a los padres y de los padres a los hijos.
” Y sucedió que después de muchos días, la palabra del SEñOR vino a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y enviaré lluvia sobre la faz de la tierra. Y Elías fue a mostrarse a Acab. Y el hambre era intensa en Samaria.” (1 Reyes 18:1-2 LBLA)
Elías (Eliyahu: Adonay es Dios) cuyo ministerio se desenvolvió en la época del rey Acab (874-853 AEC) en el reino del norte de Israel. Elías nació en Tisbe y se describe como morador de Galaad (1 Reyes 17:1). “Además de la referencia a Elías en 1 Reyes 17:1 como el “tisbita”, que era de los moradores de Galaad”, no existe información sobre su origen. Esta referencia, incluso, es oscura. El texto masorético sugiere que aunque Elías residía en Galaad, el lugar de su nacimiento era otro (quizás Tisbé de Neftalí). La Septuaginta tiene en sus registros el nombre ek thesboµn teµs galaad, lo que indica Tisbé de Galaad.” (Carlos Salazar)
El ministerio profético de Elías está registrado en 1 Reyes 17–19; 21; 2 Reyes 1–2. El ciclo de Elías presenta seis episodios en la vida del profeta: su predicción de sequía y su posterior huida, el encuentro en el monte Carmelo, la huida a Horeb, el incidente de Nabot, el oráculo acerca de Ocozías, y su traslado o arrebatamiento.
El ministerio de Elías se desarrolló en un momento histórico poco apropiado para declararse “siervo de Dios” ya que el rey Acab, influido por su mujer Jezabel, autorizó edificar un templo dedicado a Baal en Samaria, y también alentó la adoración a Asera (1 Reyes 16:32-33). Jezabel alentó a un gran grupo de falsos profetas, cuatrocientos cincuenta de Baal y cuatrocientos de Asera (1 Reyes 18:19–20), y posteriormente instigó hacia la oposición abierta al Eterno.
Los verdaderos profetas fueron asesinados, los altares dedicados al Eterno fueron derribados (esto debe entenderse en su contexto, todo lo que describe la escritura aquí sucedió en el reino del norte y consecuentemente allí no había un lugar determinado para la adoración al Eterno.), y Elías tuvo que huir para salvar su vida. La escritura registra que por lo menos cien profetas, fueron ocultados por Abdías, mayordomo de Acab que temía a Dios, como reza el texto: “Sucedió que cuando Jezabel destruyó a los profetas del SEñOR, Abdías tomó a cien profetas y los escondió de cincuenta en cincuenta en una cueva, y los sustentó con pan y agua.” (1 Reyes 18:4 LBLA).
Elías y los profetas de Baal
El monte Carmelo no es una montaña solamente sino una cadena montañosa. Es imposible saber con exactitud dónde se juntaron Elías y los sacerdotes de Baal; hay evidencia de que el monte Carmelo solía ser un lugar tradicional para el culto de Baal. Si ese es el caso, Elías les estaba dando a los profetas de Baal la ventaja de pelear en su propio terreno.
No sólo los profetas extranjeros, sino gente de todo Israel se congregó en el monte Carmelo (v. 19). Elías no acusa directamente al pueblo de ser apóstata sino de vacilar entre dos opiniones. Esto sugiere que lo que trataban de hacer, era adorar a los dos, al Eterno y a Baal. El profeta no ha sido el único en cuestionar esta vacilación entre dos pensamientos, también nuestro Maestro Yeshua nos advierte del error diciendo: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro.” (Mateo 6:24)
Elías preguntó ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? El significado de esta expresión es el estar confuso y no tomar decisión alguna. En realidad, los hijos de Israel adoraban a los ídolos (Baal y Asera) y temían al Dios eterno, en alguna manera, al mismo tiempo.
Los habitantes del reino del norte creían entonces que no había ningún problema en adorar al Eterno y a Baal (2 Reyes 17:33). En su cosmovisión, para cada una de las necesidades existía un “dios”, así como para las distintas etapas de la vida y de agricultura. Elías trató de destruir por completo ese pensamiento sincretista. El pueblo decidiría: El Eterno o Baal.
La posibilidad de cualquier victoria de Elías, es ínfima desde la perspectiva natural: cuatrocientos cincuenta profetas de Baal (1 Reyes 18:22), en contra del único profeta del Eterno en todo el territorio de Israel. Nadie en su sano juicio haría un reto de tal magnitud; pero no era una lucha cuerpo a cuerpo, sino una lucha entre el Dios verdadero y un ídolo muerto, entre cuatrocientos cincuenta irracionales, y un hombre celoso por su Dios.
Elías propuso que se mataran dos bueyes, y que fueran colocados sobre dos altares distintos sobre la leña: Uno para Baal y el otro para Adonay. Si el fuego descendía sobre cualquiera de los altares, sería la señal que determinaría cuál era el Dios verdadero, a quien es necesario servir. Como la propuesta parecía en todo sentido razonable, fue recibida por el pueblo con aprobación unánime.
Este reto traería a la memoria del pueblo la ocasión de la inauguración del tabernáculo: La torá menciona que el fuego de Dios salió y todo el pueblo fue testigo de una señal sobrenatural: (Vayikra 9:24)
Los sacerdotes de Baal comenzaron la ceremonia invocando a su dios. En vano continuaron invocando su deidad insensible desde la mañana hasta mediodía, y desde mediodía hasta la tarde, lanzando los más agudos gritos, haciendo gestos fantásticos y aun mezclando su sangre con la del sacrificio, pero no se oyó ninguna respuesta, ni descendió ningún fuego. Elías exponía la locura y el engaño de ellos con la ironía más severa: “Y sucedió que ya al mediodía, Elías se burlaba de ellos y decía: Clamad en voz alta, pues es un dios; tal vez estará meditando o se habrá desviado, o estará de viaje, quizá esté dormido y habrá que despertarlo.” (1 Reyes 18:27 LBLA).
Como el día estaba ya muy avanzado, Elías empezó sus operaciones invitando al pueblo a acercarse a ver el procedimiento entero; primero reparó un viejo altar de Dios que probablemente Jezabel había demolido, tomó doce piedras según el número de las tribus de Israel. Después, habiendo arreglado la carne del buey cortada en pedazos, hizo que echaran cuatro cántaros de agua sobre el altar y en la zanja alrededor. Una vez, dos veces, tres veces, se hizo esto, y cuando él levantó una ferviente oración, descendió el fuego del cielo: “Entonces cayó el fuego del SEñOR, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y lamió el agua de la zanja. Cuando todo el pueblo lo vio, se postraron sobre su rostro y dijeron: El SEñOR, él es Dios; el SEñOR, él es Dios.” (1 Reyes 18:38-39 LBLA).
El episodio de Elías y los falsos profetas culmina con una afirmación de fe: “Adonay Hu HaElohim” (El Eterno es Dios). Eso no quiere decir que el enfrentamiento entre el monoteísmo y el paganismo ha concluido. Las luchas y los desencuentros seguirán hasta el cumplimiento de lo dicho por el profeta: “El Eterno será Rey sobre toda la tierra, en aquel día El Eterno será uno, y uno su nombre.” (Zacarías 14:9 RV60).
Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo