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Sin duda alguna, la mayoría de nosotros ha escuchado su tenacidad, su valor, su resolución, su compromiso y su enorme fe. Quizás la historia de estos tres judíos es una de las más famosas de la biblia y sin lugar a duda, una de las más fascinantes e inspiradoras. Horno de fuego preparado con una calor elevado siete veces más; pero ahí tenemos a los héroes de la fe, con su fe elevada “setenta veces siete”. Estamos hablando de Azarías, Misael y Ananías, también conocidos como “Sadrac, Mesac y Abed Nego”.

Leemos su historia en los primeros capítulos del libro de Daniel, y con más detalle en el capítulo 3 del mismo. Un solo capitulo nos enseña tantas cosas de estos titanes aclamados como “Héroes de la fe” por judíos y cristianos. Leemos en la escritura lo siguiente:

“Entre éstos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. A éstos el jefe de los eunucos puso nombres: puso a Daniel, Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego.” (Daniel 1:6-7)

Estos hombres fueron llevados cautivos por Nabucodonosor en el año 606 AEC y en Babilonia fueron mudados sus nombres. Sus nombres originales tenían importantes significados del Dios de Israel, los nombres que les pusieron contenían alusiones a dioses babilónicos, como vemos a continuación en la siguiente tabla

 

Nombre Original Significado Nombre impuesto Significado
Ananías “El Señor da gracia” Sadrac “Iluminado de Aku”
Misael “¿Quién como Dios?” Mesac “¿Quién como Aku?”
Azarías “El Eterno es mi ayuda” Abed Nego “Siervo de Nebo”

Claramente el cambio de sus nombres tenía la intención de cambiar sus identidades y convertirlos en babilonios en costumbre, idioma y fe. Sin embargo, como la historia lo revelará, los esfuerzos del jefe de los eunucos fueron totalmente insuficientes con estos hombres del Eterno.

Un cambio de nombre no pudo generar en ellos un cambio de Dios, un simple Jefe de eunucos no iba a cambiar en ellos, la fe en El único Dios verdadero. Sus almas estaban fielmente apegadas a él y no permitirían desviarse de su camino para adorar otros dioses. Lastimosamente, estos tres varones estaban a punto de pasar la prueba más tormentosa de sus vidas. Si el exilio y el haber sido separados de su familia y su pueblo, no había sido suficiente, Nabucodonosor sometería su fe a la prueba de fuego, ¡literalmente hablando!

Leemos en Daniel 3 como Nabucodonosor levantó una imagen de 60 codos con el único propósito de que la imagen fuera adorada. La orden del rey era que “al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.” (Daniel 3:5-6).

Todos lo hicieron y se postraron a la imagen que Nabucodonosor había levantado, a excepción de aquellos judíos que se habían quedado sin adorarla. El reporte llego a Nabucodonosor quien mando a traer a Misael, Azarías y Ananías para inquirir en el asunto. Nabucodonosor daría a los tres jóvenes judíos una “segunda oportunidad” diciendo:

“Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:15).

Con una respuesta increíble que deja a Nabucodonosor iracundo por la impertinencia de los tres hombres, pero que nos deja atónitos a nosotros por su fidelidad, los tres jóvenes responden:

“No es necesario que te respondamos sobre este asunto.” (Daniel 3:16).

Lo que ellos quisieron decir es “no hay ni siquiera que pensar mucho en lo que dices. Para nosotros no hay una segunda opción. ¡Obviamente preferimos ser tirados al horno y permanecer fieles a nuestro Dios!” Su fidelidad al Eterno era tan grande, que ellos ni siquiera consideraron “reflexionar” sobre la petición de Nabucodonosor.

Por causa del honor al Eterno, estos jóvenes rechazaban perder su fidelidad a él y a lo que había mandado en la Torah cuando dijo: “Yo soy El Eterno tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy El Eterno tu Dios” (Shemot [Exodo] 20:2-5)

Su respuesta siguió cuando declararon su fe al Eterno y al mismo tiempo la sumisión a su voluntad:

“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” (Daniel 3:17-18).

Nabucodonosor se lleno de ira y mandó calentar el horno de fuego siete veces más para echar a los que se habían sublevado contra su orden. Los tres jóvenes fueron atados y echados en el horno de fuego. Sin embargo algo increíble sucedió ¡El Eterno hizo con ellos un milagro asombroso que dejó a Nabucodonosor estupefacto!

Leemos que él veía en lugar de tres hombres, cuatro hombres que se paseaban libremente por el horno de fuego. Según el talmud, el angel designado para salvarlos, fue ni más ni menos que el ángel Gabriel (Pesajim 118a-b). El mandó sacar del horno a Azarías, Ananías y Misael y esto es lo que pasó:

“Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.” (Daniel 3:27)

Nabucodonosor aprendió que el Dios de estos tres jóvenes era infinitamente poderoso, el había protegido a aquellos que estuvieron dispuestos a morir por su nombre y en fidelidad a su pacto. Imaginémonos la cara de Nabucodonosor: Sorpresa, confusión y asombro, mientras que en las caras de los tres jóvenes: Gozo, paz y la alegría de haber hecho lo correcto por su fidelidad y haber recibido el galardón en esta vida, y en el mundo venidero.

¿Qué podemos aprender de estos tres jóvenes? Podemos mencionar por lo menos tres grandes lecciones que estos jóvenes nos dan

La santificación del nombre de Dios
Dentro del judaísmo existe un concepto llamado “Kidush Hashem”, que significa “Santificación del nombre de Dios”. Santificar el nombre de Dios es realizar todo lo que está a nuestro alcance para traer alabanza, loor y gloria a su nombre. Por otro lado, profanar el nombre de Dios, es traer mala fama a su nombre, su palabra o incluso a su pueblo. Es algo en donde se tiene que ser muy cuidadoso puesto que profanar su nombre no es cosa ligera.

El “Kidush Hashem” puede ocurrir en cualquier circunstancia de la vida, pero también en la muerte. ¿Cómo es posible santificar el nombre de Dios en la muerte? La manera es siendo martirizado por negarse a transgredir los mandamientos del Eterno. El judaísmo enseña que un hombre puede transgredir todos los mandamientos de la Torah para salvar su vida, excepto tres: Idolatría, inmoralidad sexual y asesinato (Sanedrín 74a). Todo hijo de Israel, debe estar dispuesto a morir, antes de transgredir estos mandamientos.

Los jóvenes en Babilonia estaban dispuestos a morir por santificar el nombre de Dios, y para nunca poder tener la vergüenza de haber sido desleales a su Elohim (Dios).Maimonides comenta sobre ellos: “Y todo sobre quien fue dicho, que se deje matar y no transgreda; y se dejó matar para no transgredir, consagró el Nombre del Eterno. La persona que muere ante diez judíos para no transgredir un mandamiento, ha consagrado el Nombre del Eterno públicamente. Como lo hicieron Daniel, Jananiá, Mishael, Azariá” (Rambam, Hiljot Yesod HaTorah 5:2)

Esto es muy importante para meditar en nuestras vidas: ¿Hemos entendido lo que implica ser un creyente, ya sea judío o gentil? ¿Estamos dispuestos a tener una fidelidad tan ardiente como esta? ¿Dadas las circunstancias, estaríamos dispuestos en dar nuestras vidas por causa del nombre de Dios? ¿Nos parece radical la decisión de estos tres jóvenes? ¿Estando en sus zapatos podríamos hacer lo mismo?

Cuando alguien se quiere convertir en un prosélito “Ger Tzedek” y ser considerado legalmente judío, se le hace saber que no es recomendable que lo haga. El puede ser un perfecto hijo del Eterno, siendo un gentil justo. La sombra del antisemitismo lo perseguirá y deberá estar dispuesto a dar su vida juntamente con el pueblo judío ¿Esta listo para eso? ¿Es su amor al pueblo judío tan grande para esto? ¿Está dispuesto a correr el riesgo y tomar esta responsabilidad de tener que santificar el nombre de Dios incluso en su muerte?

Su plena confianza en El Eterno
Algo que caracteriza a estos tres jóvenes, es su plena confianza y fidelidad en El Eterno, ni siquiera meditan por un momento en las opciones que Nabucodonosor les da, prefieren el horno de fuego antes que adorar a otro Dios. Su fidelidad es inquebrantable y su confianza también. Ante la duda sarcástica de Nabucodonosor: “¿Qué Dios podrá librarlos de mi mano?”, ellos responden: “Nuestro Dios puede hacerlo”. Es aquí donde la verdadera fe es probada, la verdadera fe no es probada en momentos de gozo, en una sinagoga, comunidad, iglesia u otras. La verdadera fe, es probada por sobre todas las cosas, en la adversidad.

Si la fe de estos tres no hubiera sido tan grande, hubieran dudado del poder de Dios, hubieran dudado de sus convicciones, hubieran dudado que valía la pena, pero no. Ellos sabían aquello que fue enseñado por Yeshua de Nazaret: “Para el que cree, todo es posible” (Marcos 9:23)

La aceptación de su voluntad
Algo que me fascina de estos tres jóvenes, es que creen en los milagros pero no perderán su fe, si Dios decide no hacer milagros. Ellos dicen claramente a Nabucodonosor que El Eterno puede librarlos de su mano, pero si en caso NO LO HACE, igual, ellos no adorarán su imagen. Esta aceptación de la voluntad de Hashem es increíble cuando consideramos el momento de aflicción que tenían. No era falta de fe, era simplemente la creencia, en que al final, Dios tiene la última palabra. Dios no es una fuerza impersonal que se mueve irremisiblemente por la fe de las personas. El factor de su voluntad no debe de ser pasado por alto.

Ellos tenían fe, pero reconocían la soberanía de Dios, y en caso de que Dios no decidiera librarlos, ellos igual, estaban dispuestos a morir por amor a él ¡Que fe tan inquebrantable y que fidelidad tan digna de imitar! ¡Qué bueno sería tener más y más jóvenes como estos tres!

Ellos estaban dispuestos por sobre todas las cosas, a dar gloria al Eterno, incluso en el momento de la muerte. El talmud aplica a estas tres personas, las palabras “No a nosotros, Adonay, no a nosotros, Sino a tu nombre da gloria”, según Rab Akiba, estas palabras fueron pronunciadas por Azarías, Misael y Ananías:

“R. Akiba dijo: Ananías, Misael y Azarías las pronunciaron cuando el impío Nabucodonosor se levantó contra ellos. Ellos exclamaron: “No a nosotros, etc.-, y el Espíritu Santo, respondió” (Pesajim 117a)

La gloria del Eterno era lo más importante para ellos, ¿Qué tal para nosotros? ¿Es lo más importante? Que El Eterno nos haga como ellos, y ponga ese mismo sentir de fidelidad, fe inquebrantable y santificación de su nombre, para agradarle y presentarnos como sacrificio vivo, tal como está escrito:

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1)

Con bendición

Yitzjak

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