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1 Reyes 1:1-31

Mientras su vida giraba alrededor de las ovejas de su padre, y su mundo se limitaba a unas cuantas colinas, él nunca se imaginó que su carácter se estaba formando, para ser uno de los hombres más grandes de la historia. De sus lomos nacerían dos de los reyes más grandes; uno de ellos el más sabio, y el otro un rey glorificado que reinaría durante mil años e impondría la teocracia en la tierra.

Sus luchas con animales salvajes, su celo por defender a su rebaño lo llevarían al clímax de su vida. No volvería a luchar contra un león o un oso, esta vez tendría frente de sus ojos a un gigante que insultó al rebaño de Dios, y él sería el encargado de reivindicar a su nación.p>

Años y años de sufrimiento le traerían esa proeza, pero al final después de todo ascendería al trono, sería el rey conforme al corazón de Dios, un reinado glorioso, pero hoy era el momento de heredar su corona, a su hijo Salomón.

Hoy saldrían de sus labios sus últimas palabras, hoy el matador de gigantes seria reunido con sus padres y dormiría, hasta que su hijo lo levantara del sueño y reclamara su trono para convertirse en el Mashiaj ben David, en el rey de reyes que gobernara al mundo desde Jerusalén.


Probablemente este capítulo haya sido seleccionado por los sabios, para ser leído como Haftará de la Parashá Jayei Sará, por guardar una cierta analogía lingüística, antes que temática. Así veremos la similitud de las situaciones entre la vida de Abraham y la de David solamente en cuanto a la ancianidad se refiere. Y también vemos una pequeña analogía entre el hijo que heredaría: en el caso de Abraham avinu, el heredero de la bendición y de continuidad en la sucesión de la promesa, seria Yitzjak; por el otro lado, en la Haftará vemos a David confirmando el reino a su hijo Salomón.

En ambos casos vemos algo muy parecido, no es el mismo escenario, pero parecen haber los mismos actores, en ambos casos vemos:

  1. Un padre anciano: Así lo dice la Parashá de Abraham Avinu y la Haftará de David.
  2. Varios hijos que podrían reclamar su legado (en el caso de David Adonías lo reclamó).
  3. La muerte de los dos padres: en la Parashá se describe la muerte de Abraham Avinu y en la Haftará se narra la muerte de David.

En el resto del relato, en la Haftará, las diferencias con Abraham son notables y hablan por sí solas Por otra parte con este primer capítulo del libro de Reyes comienza la historia del rey Salomón que será constructor del Bet HaMikdash (El Templo de Jerusalén); y en la Parashá se vislumbra la narración de la vida de Yitzjak Y Rivka.

El libro de Reyes, de acuerdo a la tradición talmúdica, fue escrito por el profeta Jeremías. Antes de narrar la historia de Salomón rey de Israel, el autor hace pasar ante nuestros ojos los últimos momentos de la vida del rey David.

Monarca que dejo una estela atrás de sí. Su vida es una hazaña y una lección para todos aquellos que queremos llegar al lugar donde el Eterno quiere que estemos. David dejó de ser un joven pastor, para convertirse en el rey conforme al corazón de Dios.

David el rey conforme al corazón de Dios
“Adonay se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Adonay ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Adonay te mandó.”(1 Samuel 13:14)

Después que el Eterno desechó a Saúl como rey de Israel, iniciaría la historia del “dulce cantor de Israel”, el hombre conforme al corazón de Dios. El rey más grande que el pueblo pudo tener, no solo por sus hazañas en el campo de batalla, sino también porque unió a todas las tribus y fueron una nación unificada, y de su linaje se levantarían dos reyes sin igual: Salomón el más sabio de todos los reyes, y Yeshua El Mesías, el rey que gobernara en el milenio (era mesiánica).

“Era David de treinta años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta años. En Hebrón reinó sobre Judá siete años y seis meses, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre todo Israel y Judá.”(2 Samuel 5:4-5)

Sin ninguna duda, David es uno de los personajes dentro de la historia bíblica y extrabiblica, su papel dentro del plan profético es único, al rey se le dio la promesa que a uno de sus hijos se le daría el trono eterno (2 Sa. 7:4-14; 1 Cr. 17:4-15). Este rey que tomaría su trono al inicio de la era mesiánica es el Maran Rabenu Yeshua HaMashiaj, el león de la tribu de Judá, la raíz y el linaje de David (Ap. 22.16).

A continuación haremos un pequeño boceto de su vida y luego estudiaremos como segundo punto una similitud entre el rey David y nuestro Rabí Yeshua.

I. Marco familiar

David era bisnieto de Rut y Booz, e hijo de Isaí y el menor de ocho hermanos (Rut 4:18-22; 1 Sa. 17:12), y desde niño fue pastor de ovejas. Ocupado en este trabajo adquirió el coraje que luego supo desplegar en el campo de batalla.

Aunque fue modesto en cuanto a su ascendencia (1 S. 18.18), David había de ser padre de una línea de notables descendientes, como lo demuestra la genealogía de nuestro Rabí, según el Evangelio de Mateo (1.1–17).

II. Ungimiento de David.

Cuando Dios rechazó a Saúl como rey de Israel, David le fue revelado a Samuel como su sucesor, y por ello el profeta lo ungió en Belén sin ninguna ostentación (1 Sa. 16:1–13). Uno de los resultados del rechazo de Saúl fue que el Espíritu de Dios se retiró de él, provocando como consecuencia una gran depresión en su propio espíritu, que en ciertas ocasiones parece que rayaba en la locura.

Lo curioso del ungimiento de David no fue lo sobrenatural de su elección, sino, el camino que lo esperaba, su ascenso al trono no fue inmediato; primero tuvo que soportar la persecución del rey Saúl. A pesar de ser un héroe nacional al vencer al gigante, su fama no le ayudó mucho, para poder tener una relación entre el rey saliente y él, el sucesor al trono.

III. David huye de Saúl

El trato de Saúl para con David comenzó a ser cada vez menos amistoso, y en un momento dado, vemos al joven héroe nacional salvándose de un ataque brutal contra su vida por parte del rey. Sus honores militares le fueron reducidos, fue defraudado en cuanto a la esposa prometida y unido en matrimonio a la otra hija de Saúl, Mical, después de llegar a un arreglo que tenía por objeto causarle la muerte (1 Sa. 18:25). Otra tentativa infructuosa de Saúl de matar a David con su lanza fue seguida por un intento de arresto, que se vio frustrado por una estratagema de Mical, la esposa de David (1 Sa. 19:8–17).

La historia de David se caracteriza por constantes huidas ante la implacable persecución de Saúl. No le es posible a David descansar en un solo lugar por mucho tiempo; profeta o sacerdote, ninguno puede ofrecerle refugio, y los que le ofrecen ayuda son cruelmente castigados por un rey enloquecido de rabia (1 Sa. 22:6–19). Después de escapar apenas de los jefes militares de los filisteos, por fin David logró organizar la banda de Adulam, que al principio estaba constituida por un grupo heterogéneo de fugitivos, pero que más tarde se transformó en una fuerza armada que asolaba a los invasores del exterior, protegía las cosechas y el ganado de las comunidades israelitas ubicadas en lugares remotos, y vivía de la generosidad de estas últimas.

IV. Rey en Hebrón

Una vez muerto Saúl, David buscó conocer la voluntad de Dios, quien lo guio a que volviera a Judá, la zona de su propia tribu, donde sus compatriotas lo ungieron rey. David fijó su residencia real en Hebrón. Tenía ya 30 años de edad, y reinó en Hebrón durante siete años y medio. Los primeros dos años fueron ocupados en una guerra civil entre los defensores de David y los antiguos cortesanos de Saúl, que habían consagrado a Es-baal (Is-boset), hijo de Saúl, como rey en Mahanaim. Es muy probable que Es-baal no haya sido más que un títere en manos de Abner, el fiel seguidor de Saúl. Cuando estos fueron asesinados, toda oposición organizada contra David terminó, y fue ungido rey sobre las doce tribus de Israel en Hebrón. De allí transfirió en seguida la capital de su reino a Jerusalén (2 Sa. 3–5).

V. Rey en Jerusalén

A partir de este momento comenzó el período más exitoso del largo reinado de David, que habría de prolongarse otros 33 años. Debido a una excelente combinación de coraje personal y hábil conducción militar, encaminó a los israelitas hacia una sistemática y decisiva subyugación de todos sus enemigos (filisteos, cananeos, moabitas, arameos, edomitas, y amalecitas), de tal manera que su nombre hubiera adquirido fama en la historia independientemente de su significación para el plan divino de la redención. La debilidad de las potencias de los valles del Nilo y del éufrates en ese entonces le permitió, mediante conquistas y alianzas, extender su esfera de influencia desde la frontera egipcia y el golfo de ácaba hasta el éufrates superior.

Después de conquistar la supuestamente inexpugnable ciudadela de los jebuseos, Jerusalén, la transformó en capital de su reino, desde donde pudo vigilar las dos grandes divisiones de sus dominios, que más tarde se convirtieron en los dos reinos divididos de Judá e Israel.

Se edificó un palacio, se construyeron carreteras, se restauraron las rutas comerciales, se aseguró la prosperidad material del reino. Sin embargo, esta no podía ser la única, ni siquiera la principal, ambición de un “varón conforme al corazón de Dios”, y pronto se pone de manifiesto el celo religioso de David. Hizo volver el arca del pacto desde Quiriat-jearim, y la colocó en un tabernáculo especial construido para ese fin en Jerusalén. Gran parte de la organización religiosa que habría de enriquecer más tarde el culto en el templo, debe su origen a los arreglos para el servicio religioso en el tabernáculo construido por David en esa época. Además de su importancia estratégica y política, Jerusalén adquirió de esta manera un significado aun mayor desde la perspectiva religiosa, con la cual se ha asociado su nombre desde entonces.

La vida del rey David es maravillosa en extremo y resulta difícil encerrar en unas cuantas líneas todas sus experiencias; en la soledad donde se forjó su carácter, los proscritos que se convirtieron en su ejército, sus hazañas en el campo de batalla, el león y el oso que destrozó con sus propias manos y si eso fuera poco, también tenemos la escena que lo llevo a la luz pública y lo hizo de un nombre en Israel y el mundo: el matador de gigantes.

David fue ungido como rey pero su unción solo la conocieron su familia, Samuel y los cielos, nada cambió y nada especial paso en su vida; pero hubo un incidente que lo llevaría al palacio y que marcaría su vida pública para siempre, y aún más, hizo que el rey Saúl lo declara su enemigo número uno.

Me atrevería a pensar que, lo que, convirtió a David en el joven prospecto para el trono fue matar al gigante, pero más aún el cantico con el cual lo recibieron las mujeres después de su proeza militar en una guerra:

“Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles”. (1 Samuel 18:7)

Saúl resistió el rechazo del Eterno, cuando el profeta lo vaticinó, pero no soportaría que un joven pastor (desconocido hasta ese momento) le quitara la fama. Este suceso no llevaría a David al trono, sino que lo convertiría en un proscrito, el más buscado del reino, aquel a quien el rey quería matar.

Algo parecido sucedió con nuestro Rabí y salvador, un profeta muy conocido lo sumerge en el Jordán, y da por iniciado un ministerio que hasta ese entonces solo existía en el cielo, y entre sus conocidos. Después de ese incidente con el profeta, el iría al desierto, para ser probado y luego saldría “en el poder del Espíritu”(Lc. 4:14). Después de salir de los cuarenta días de estar en el desierto, siendo tentado por el maligno, su fama se extendió.

Pero el camino apenas comenzaba, su fama asombraba a propios y extraños, entre los dichos más comunes de los escépticos estaban: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?” (Mateo 13:55)

No solo eran milagros los que generaban este tipo de comentarios sino, también su sabiduría y la ética de la torah, a la cual hacia un énfasis en su predicación. A menudo se enfrentó con las autoridades de su época, hasta convertirlo en un prófugo; no era sano para sus intereses que su fama se extendiera a las masas ya que lo más probable sería que lo nombraran rey.

David estuvo cerca de la muerte, su autoridad el rey Saúl lo perseguía para matar y acabar con su carrera y su fama; Yeshua no estuvo cerca de la muerte, Yeshua llegó hasta la muerte, los principales de su época lo entregaron a la autoridad romana para que recibiera la muerte más vil que un ser humano podía padecer; pero todo este sufrimiento y humillación serian el camino para su exaltación: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. (Filipenses 2:8-9)

Yeshua no aceptó el nombramiento de rey, porque sabía que él no iba a ser rey como los demás hombres, sino que su reinado iba a ser longevo, era el cumplimiento del pacto que el Eterno haría con David, en el cual se le prometía que su casa real se afirmaría para siempre: “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente. (2 Samuel 7:16)

Yeshua se humilló hasta la muerte y el Eterno lo resucitó y le dará al final de los tiempos el trono de David su padre y no solo será rey en Israel (Ez. 34:23-24), sino que sojuzgara a todo el mundo, desde la ciudad de Jerusalén: El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Mesías; y él reinará por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 11:15)

Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo

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