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(Sefardita 1 Reyes 7:51 – 8:21; Askenazí 1 Reyes 7:40-50)

Una de las cosas más impresionantes que descubrimos cuando tratamos de conocer a Dios, es precisamente que él puede ser conocido por simples mortales. Hay aspectos de él que podemos conocer y a la misma vez otros que no conocemos. él siempre tiene algo que nos encanta y nos fascina.

El inicio no siempre es el comienzo y el final no siempre es cuando se termina. Hoy se finalizaría el templo de Jerusalén pero daría inicio uno de los misterios más grandes de la historia de la humanidad. Así como cuando Moshé dedicó el Tabernáculo en el desierto, así también ocurriría con la dedicación del Templo, la gloria del Eterno, seria muestra y evidencia de la aprobación de la obra.

Era el final de los trabajos para los arquitectos, pero el inicio del culto al único Dios verdadero en aquella majestuosa casa. Era un día de fiesta, o dicho de otra manera, sería un gran día, el día de la dedicación del Templo, el sueño de un pueblo y su rey, el sueño que no pudo concretizar el hombre “conforme al corazón de Dios”, pero que dejó los planos y los recursos para que su hijo tuviera el privilegio de poder construir y dedicar el Templo.


      “Entonces Salomón reunió a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus y a los principales de las casas paternas de los hijos de Israel ante él en Jerusalén, para hacer subir el arca del pacto del SEñOR de la ciudad de David, la cual es Sion. Y se reunieron ante el rey Salomón todos los hombres de Israel en la fiesta, en el mes de Etanim, que es el mes séptimo.” (1 Reyes 8:1-2 LBLA)

Después de siete años de ardua labor, esta por fin había dado los resultados esperados y tan añorados por todo el pueblo de Israel; hoy por fin seria la inauguración del Templo, la casa del Eterno, hoy sería dedicada e inaugurada. Todo el pueblo estaba invitado a tal magno evento, era la época de una de las fiestas prescritas por la Torá (casi sin temor a equivocarnos, esta fiesta sería la fiesta de Sukot, la cual se celebra en el séptimo mes y tiene una duración de siete días).

La alegría de la inauguración del Templo no estaría completa sin el objeto más sagrado de todos, allí donde la presencia del Eterno moraba entre los querubines. El arca del pacto sería trasladada del lugar donde se había mantenido durante mucho tiempo ya que era el momento preciso para que posara en el lugar que el Eterno había dicho. Esta pasaría de estar de un lado para otro y hoy, estaría de manera permanente en el lugar más santo del templo: el lugar santísimo (Kodesh Hakodashim).

La construcción del Templo se completó. El rey Salomón reunió a los líderes y ancianos de las tribus en Jerusalén, y en medio de gran algarabía, los levitas transportan el Arca de su ubicación temporal en la Ciudad de David y la instalaban en la cámara del “Santo de los Santos” en el Templo. Inmediatamente, la presencia de Dios apareció en el templo, y esta manifestación es: “la nube de la gloria de Dios”.

Es esta manifestación del Eterno lo que une los dos relatos, tanto el de la Parashá como el de la Haftará, como lo veremos a continuación:

  • La Parashá “Pekude” marca el final de la agrupación de porciones de la Torá relativos a la construcción del Mishkán (el Tabernáculo) que los hijos de Israel utilizarían para el culto en el desierto. Después que todas las piezas del Mishkán están en su lugar, y se completa el trabajo de Bezaleel y de Aholiab, leemos acerca de la poderosa presencia del Eterno en aquella tienda dedicada al servicio de Dios: “Entonces la nube cubrió la tienda de reunión y la gloria del SEñOR llenó el tabernáculo. Y Moisés no podía entrar en la tienda de reunión porque la nube estaba sobre ella y la gloria del SEñOR llenaba el tabernáculo.”(éxodo 40:34-35 LBLA).
  • La Haftará para Pekude, describe la finalización de la construcción del primer templo, bajo el reinado de Salomón. Después de haber traído todos los tesoros y las donaciones que David su padre había dejado para la construcción del templo, Salomón reúne a los ancianos de Israel para instalar el arca en el templo. En este caso también, la presencia de Dios se describe en términos físicos y abrumadores: “Y sucedió que cuando los sacerdotes salieron del lugar santo, la nube llenó la casa del SEñOR y los sacerdotes no pudieron quedarse a ministrar a causa de la nube, porque la gloria del SEñOR llenaba la casa del SEñOR.” (1 Reyes 8: 10-11).

En los dos textos, tanto en la Parashá como en la Haftará, encontramos un factor común: En la inauguración tanto del Mishkan en el desierto, como la del Templo de Jerusalén, la gloria de Dios se manifestó de forma visible, esto es, en una nube.

Esta manifestación de la gloria de Dios se dio en estas ocasiones cuando el tabernáculo y el templo fueron dedicados. La nube solo es una manifestación de la gloria de Dios. En las dos ocasiones cuando fueron dedicados los lugares de adoración, la gloria del Eterno se manifestó de una manera visible.

¿Qué es la gloria de Dios? La respuesta a esta pregunta ha abierto un abanico de comentarios, definiciones y explicaciones, y es sin duda uno de los tópicos bíblicos más sorprendentes. Como ya lo dijimos, este tema en particular no tiene una definición o mejor dicho no tiene solamente una definición.

Por ejemplo el “Diccionario bíblico Certeza” define la gloria de Dios de la siguiente manera: “El concepto más importante es el de la gloria del Señor, que denota la revelación del ser de Dios, su naturaleza y su presencia ante la humanidad, a veces con fenómenos físicos.”

Maimónides define la gloria de Dios de la siguiente manera: “Unas veces significa la luz material que Dios hace reposar en cierto lugar para distinguirlo; otras, la esencia y realidad de Dios.” (Guía de los descarriados Cap. LXIV).

De estas dos definiciones podemos concluir que la gloria de Dios puede ser una manifestación de su presencia en un lugar determinado, o una manifestación de su poder infinito, actuando en el mundo físico y finito. Este concepto lo podemos entender mejor con dos ejemplos claros de la escritura:

En primer lugar, la gloria de Dios se hizo manifiesta en el Tabernáculo y en el Templo, su presencia habitaría entre los dos querubines del propiciatorio. El arca del pacto era el objeto más sagrado de todo el mobiliario del Tabernáculo y del Templo, y era precisamente allí donde residía la presencia del Eterno (1 Samuel 4:4). Necesario es aclarar que no residía toda su plenitud, pero si, la intensidad de su presencia era grande, tan es así, que era capaz de aniquilar a cualquier persona que se acercara al arca de una manera insolente o de manera incauta. Leemos en la escritura la narración de la muerte de los hijos de Aarón: Nadab y Abiú, que murieron por ofrecer fuego extraño. (Vayikra 10:1-2). La misma suerte correría Uza, cuando tocó el arca para detenerla y que esta no cayera, y al instante murió. (2 Samuel 6:6)

En segundo lugar su poder glorioso fue el que liberó a los hijos de Israel de la opresión egipcia: “todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto.” (Números 14:22 RV60). Una señal milagrosa o un portento son parte de la manifestación de la gloria de Dios. Cuando nuestro maestro Yeshua hacia milagros, las personas que eran sanadas y que eran testigos glorificaban a Dios. (Mateo 15:31)

Quizás esto sea lo más importante de todo: El concepto o definición de “gloria de Dios” que tengamos o con comulguemos no es lo más importante, lo verdaderamente importante es glorificar al Eterno por sus maravillas, por lo que ha hecho en nosotros y por lo que seguirá haciendo. Bendecir y alabar su nombre es lo que importa más, a eso nos llama la escritura:“Contad su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos.” (1 Crónicas 16:24 LBLA).

Como hijos del Eterno es menester alabar y bendecir su nombre, exaltarlo por sus atributos: su santidad, fidelidad, misericordia, gracia, su amor, la majestad, la soberanía, y su poder. ¡Baruj Hashem!

Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo

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