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Haftará Toldot

Malají(Malaquías) 1:1-2:7

 

“Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está El Eterno? Y los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha. “(Jeremías 2:8)

La vida de un pueblo, una comunidad o una familia gira alrededor del conocimiento o la ignorancia de los gobernadores, líderes, o cabezas de hogar. El amor o el desdén hacia el Eterno o las cosas sagradas dependen de sus comentarios, frases o acciones.

Si creemos que Dios nos ama, probablemente esperaremos que las cosas marchen bien y en perfecta armonía, pero si dudamos de su amor toda dificultad o problema será una evidencia de su falta de amor, pero nunca meditamos en demostrar nuestro amor hacia él. Consecuentemente tendremos una actitud infantil o caprichosa, y estaremos en un campo de batalla: Si él me bendice y prospera, él será el centro de mi alabanza, pero sino recibo lo que quiero, mi alabanza, mi oración y mi servicio serán mediocres.

Un pensamiento similar tenía el pueblo que había vuelto de Babilonia, sus sacrificios eran defectuosos, y profanaban el altar del Eterno, esto porque ellos dudaban del amor eterno que Dios tenia y que demostraba con ellos. Al parecer no lo comprendían y por ende el respeto y la honra al Eterno habían decaído, a tal punto que ofrecían animales defectuosos sobre el altar y la avodá HaShem se había convertido un mero ritual frio y sin sentido.

Malaquías es el último de los profetas escritores, su ministerio se desarrolló en el siglo V (465-432 AEC Aprox.) fue el tercer profeta post-exilio, junto con Hageo y Zacarías.

Mientras Hageo y Zacarías dieron mensajes de aliento al pueblo, para recobrar los ánimos de la nación y para la reanudación de los trabajos del templo, Malaquías dirigió su vaticinio de exhortación al sacerdocio, a los líderes y a la nación completa.

Su mensaje no fue de ánimo, sino una exhortación muy fuerte por el desdén en la Avodah HaShem; todos habían caído en una religiosidad, un mero ritualismo; su corazón se había apartado del propósito primario de la adoración en el templo. Resulta hasta inverosímil, que el pueblo Judío acabada de salir de un exilio en Babilonia durante setenta años, y en lugar de ser fervorosos en el servicio a El Eterno, muchos eran fríos e irrespetuosos por las cosas sagradas.

Introducción del libro.

Malaquías es el último profeta escritor, su profecía no es precisamente lo que esperaríamos encontrar. Cualquiera podría concluir, que después de los mensajes de Hageo y Zacarías, el pueblo había logrado su máximo sueño: construir el templo. Y así como el templo estaba en pie, la gente estaba llena de gratitud al Eterno por estar en su tierra, en su pueblo y con el centro de adoración en pie. Pero trágicamente no era así.

La ciudad estaba habitada, el templo había sido construido, la idolatría había sido erradicada del país; pero la indolencia, la soberbia y el desdén por lo divino oscurecían la ciudad y el templo.

El historiador bíblico John Bright, comenta: “Los sacerdotes aburridos de sus deberes, no veían nada malo, en ofrecer al Señor animales enfermos o lisiados (Mal. 1:6-14), y su parcialidad al interpretar la Ley había degradado su oficio a los ojos del pueblo (Mal. 2:1-9). Se descuidada el sábado y se permitían los negocios en él (Neh. 13:15-22). El incumplimiento de los diezmos (Mal. 3:7-10), obligó a los Levitas a abandonar sus deberes para poder vivir (Neh. 13:10). Además había echado raíces el sentimiento de que no había ninguna ventaja en ser fiel a la Ley (Mal. 2:17; 3:13-15)… Al pobre que hipotecaba sus campos en tiempos de escasez, o para pagar los tributos, se le embargaban los bienes, y juntamente con sus hijos era reducido a la esclavitud.”

La analogía entre la Parashá y la Haftará consiste en la relación entre Esav (Esaú) y Ya’akov (Jacob), tema predominante en la Parashá. Por supuesto, Malají se referirá a Esaú como pueblo de Edom y a Jacob como pueblo de Israel.

El resto de la profecía contiene una severa amonestación contra los cohanim (sacerdotes) de los primeros tiempos del segundo Templo de Jerusalem. La tergiversación del valor del sacrificio ritual que llegaba a proporciones inimaginables, y otros temas que ya citamos al principio.

“Carga de la palabra de El Eterno contra Israel, por medio de Malaquías. Yo os he amado, dice El Eterno; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? Dice El Eterno. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto. Cuando Edom dijere: Nos hemos empobrecido, pero volveremos a edificar lo arruinado; así ha dicho El Eterno de los ejércitos: Ellos edificarán, y yo destruiré; y les llamarán territorio de impiedad, y pueblo contra el cual El Eterno está indignado para siempre. (Malají 1.1-4)”

La frustración y desanimo por las constantes amenazas de sus enemigos ya habían hecho mella en la construcción del templo y la ciudad. Ahora que todo estaba edificado, ellos sentían un rechazo de parte de Dios porque “el exilio” aún no había terminado; aunque habían regresado después de 70 años en Babilonia, aun no eran libres. Los Medos y los persas eran la nueva hegemonía mundial, y el pueblo estaba sojuzgado por este imperio.

Ellos decían ¿en que nos amaste? ¿Nos amaste y permitiste que el babilonio nos sitiara, nos conquistara, nos llevara cautivos y que destruyera nuestra ciudad y el templo?

Lo que muchos no analizaban, es que todo esto les sucedió por haberse apartado del buen camino de la torá al haber violado el pacto (Lev. 26). Su pregunta era infundada por que no era la primera vez que El Eterno les expresaba su amor incondicional, amor al cual ellos habían fallado.

El amor de El Eterno por su pueblo fue manifestado cuando Él los saco de Egipto de la casa de servidumbre:

“Porque tú eres pueblo santo para El Eterno tu Dios; El Eterno tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido El Eterno y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto El Eterno os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado El Eterno con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto. (Deuteronomio 7:6-8)

Vemos por lo menos dos razones por las cuales El Eterno ama al pueblo, estas son: 1) porque El Eterno había tenido misericordia 2) Por el pacto que hizo con los padres. Pero ellos se olvidaron de que El Eterno los había amado desde los días de su Juventud, como escribió el profeta: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.” (Oseas 11:1).

Cuando Israel ensanchaba su territorio, cuando eran prósperos y cuando su milicia era poderosa, menospreciaron las palabras del Eterno en su torá (Os. 8:12), e ignoraron las reprensiones de los profetas:

“Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante, desde el día que vuestros padres salieron de la tierra de Egipto hasta hoy. Y os envié todos los profetas mis siervos, enviándolos desde temprano y sin cesar; pero no me oyeron ni inclinaron su oído, sino que endurecieron su cerviz, e hicieron peor que sus padres. Tú, pues, les dirás todas estas palabras, pero no te oirán; los llamarás, y no te responderán. Les dirás, por tanto: Esta es la nación que no escuchó la voz de El Eterno su Dios, ni admitió corrección; pereció la verdad, y de la boca de ellos fue cortada.” (Jeremías 7:24-28).

A pesar de lo escrito en la torá y en los profetas, el pueblo no estaba completamente convencido del amor del Eterno. Hashem les recuerda, a través del profeta Malaquías, su amor desde el principio, cuando el aceptó a su padre Jacob y no a Esaú. “Amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (1.2-3)

Ese amor hacia Jacob era el que ellos no entendían; ellos estaban reedificando y tenían la promesa de ser la cabeza de todos los montes, de ser la ciudad del gran rey y sobre todo que de ellos saldría el Mesías, la estrella de Jacob. En contraposición Esaú, aunque reedificara sus ruinas, volvería a ser destruido: “Ellos edificarán, y yo destruiré; y les llamarán territorio de impiedad, y pueblo contra el cual El Eterno está indignado para siempre.” (1:4).

La evidencia histórica es la mayor prueba de esa palabra: El pueblo de Israel está en su tierra, pero de Esaú solo existen ruinas, nunca fue reconstruido y hoy toda su gloria solo es un bonito centro de atracción turística: Petra, la ciudad de piedra.

Antes de pasar al siguiente punto esclareceremos en que consiste el aborrecimiento hacia Esaú. No es que en realidad el Eterno ame a Israel y odia a Esaú.

Cuando Malaquías dice “A Esaú aborrecí”, hace uso de un hebraísmo, una manera de hablar en la cultura hebrea. En realidad, no significa que se odia a una persona; sino que, en comparación con otra, se ama menos a alguien. Esto lo encontramos evidenciado en la torá:

  • “Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años (Génesis 29:30)
  • “Si un hombre tuviere dos mujeres, la una amada y la otra aborrecida, y la amada y la aborrecida le hubieren dado hijos, y el hijo primogénito fuere de la aborrecida (Deuteronomio 21:15). No es que un hombre viva con dos mujeres una amada y la otra odiada, sino que sucede lo mismo que con Jacob y Raquel y lea, una era muy amada y la otra menos amada.

Al entender esto podemos comprender lo que Malaquías está diciendo: La máxima prueba de amor por Jacob es que lo había elegido como su pueblo, y no a Esaú. El amor de elección y de pacto había sido mucho mayor para con Jacob y podía verse expresado en observar las ruinas de Edom y su ciudad Petra.

A pesar de la muestra del amor y la bondad del creador por su pueblo, este perecía no corresponder las manifestaciones de amor: El pueblo se había vuelto frio e indiferente, en la adoración. Esto era manifestado a través de los sacrificios, ofrendas y diezmos.

El servicio al Eterno (Hebreo:Avoda HaShem) se había convertido en un mero rito estéril y sin sentido, la indolencia era el diario vivir en el templo sagrado. El respeto y el honor hacia el creador del universo y hacia su redentor y salvador se habían hecho casi nulos; el respeto por las cosas santas y el honor al Eterno se había vuelto un mero rito religioso.

“El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? Dice El Eterno de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de El Eterno es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo, cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? Dice El Eterno de los ejércitos.” (Malají 1:6-8)

Parece inverosímil, pero es real: El pueblo acababa de salir de un exilio, tenía la protección divina y sobre todo su amor manifestado en su retorno, repatriación y la construcción del santo templo; pero a pesar de todo, ellos sentían un desdén por las cosas santas. Los sacrificios habían perdido todo sentido, y quienes los ofrecían se habían vuelto indiferentes.

El pueblo deshonraba al Eterno al presentar animales no aptos para el sacrificio y los sacerdotes erraban al aceptar estos animales que la torá no permitía. Los encargados de enseñar esto eran ellos, pues en sus labios el pueblo buscaría la torá (2:7).

La primera de las reprimendas que da el Eterno a través del profeta, iba dirigida hacia los sacerdotes, pues ellos habían profanado el nombre del Eterno al ofrecer “pan inmundo” sobre el altar. Si los sacerdotes no hubieran recibido ni ofrecido animales defectuosos que el pueblo les presentaba, nunca hubieran deshonrado el altar.

El pueblo los llevaba y los sacerdotes los aceptaban, los ofrecían sin ningún problema. ¿Quién era más culpable? ¿Quién los llevaba o quien los ofrecía sobre la mesa del Señor? La respuesta es sencilla: los sacerdotes. ¿Por qué? Porque ellos eran los conocedores de la torá, y en la torá se prohibían que los animales tuvieran defectos:

“Habla a Aarón y a sus hijos, y a todos los hijos de Israel, y diles: Cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros en Israel, que ofreciere su ofrenda en pago de sus votos, o como ofrendas voluntarias ofrecidas en holocausto a El Eterno, para que sea aceptado, ofreceréis macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras. Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. Asimismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz a El Eterno para cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea aceptado será sin defecto. Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso, no ofreceréis éstos a El Eterno, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre el altar de El Eterno” (Levítico 22:18-22)

La torá establece los tipos de animales y las cualidades que estos deberían de tener, para poder ser aceptados en el altar. Si el pueblo por desconocimiento los llevaba a ofrecer, los que tenían el deber de aceptarlo o rechazarlo eran los sacerdotes.

Esto nos enseña que los líderes son los responsables del comportamiento de nuestras comunidades. El liderazgo en un gran privilegio, pero de igual tamaño y peso es la responsabilidad. Los sacerdotes no exhortaban al pueblo por ende este continuaba llevando una ofrenda que deshonraba el nombre del Eterno.

La honra y el respeto no solo se expresan en palabras sino en cómo materializamos nuestro respeto y honor. La honra no es solo una mera expresión en frases retóricas, sino también en lo que nosotros le damos a nuestro Creador.

En la época del tabernáculo o el templo, la adoración y la honra al Eterno se hacía manifiesta a través de las ofrendas que el pueblo llevaba, los animales (Si ese era el caso) tenían que ser perfectos, sin ningún defecto, pero no solo eso, sino también debía el oferente hacer aquella ofrenda con una disposición correcta. En su corazón debía de haber gratitud y alabanza para su hacedor. Si el animal era perfecto pero la intención del corazón no lo era, la letra del mandamiento se cumplía, pero era algo inerte y sin sentido; y peor aún, cuando el animal era defectuoso y la intención incorrecta, el respeto y el honor del Eterno se reducía a nada.

¿Qué sucede ahora cuando no hay templo y nuestra ofrenda diaria es la oración? ¿presentamos un sacrificio de labios que honra y da alabanza al Eterno o estamos en igual o peores circunstancias que el pueblo en los tiempos de Malaquías?

La experiencia de la oración no es una mera repetición mecánica. En el judaísmo se enseña que existe una oración que sale de lo profundo del corazón y se le conoce como “Tefilá shel Halev” (oración del corazón) y también se enseña que al momento de orar se debe tener un nivel de concentración (Kavaná). Esto aplica a todo lo que hagamos en aras de los cielos, nuestra oración, nuestra alabanza, nuestro servicio, etc.

Si no lo hacemos así, con el respeto debido para honrar al Eterno, entonces es un “Guf bli neshamá” (cuerpo sin vida). Un mero ritualismo, y no cumplimos el principal de todos los mandamientos: amaras a El Eterno tú Dios con todo tu corazón.

Nuestro Rabí y Salvador Yeshúa, lo dijo muy claro al declarar que ese era el más grande de todos los mandamientos: “Yeshúa le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; El Señor nuestro Dios, El Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:29-31)

Nuestro amor implica entregar todo, y todo es todo, y eso es algo que nos cuesta entender. El pueblo estaba deshonrando al Eterno al no dar lo mejor de sí, al no honrar a su creador con todo lo que ellos tenían y eso implicaba sus bienes.

La honra al Eterno implica dar de nuestros bienes: “Honra a El Eterno con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto.” (Proverbios 3:9-10)

Fácil es criticar el estado del pueblo en los tiempos de Malaquías, pero es difícil confrontar nuestra realidad y darnos cuenta de que algunos podemos estar en igual o en peor condición que el pueblo.

Ellos podían apelar a la ignorancia y a su contexto, pero nosotros tenemos toda la revelación de la escritura. Nuestra actitud al Eterno parece igual, cuando no honramos al Eterno con nuestros bienes, ni los ponemos al servicio de nuestro ministerio. Y si lo hacemos ¿Cómo y por qué lo hacemos?

¿Lo hacemos con la mejor de nuestras disposiciones o no? ¿Lo hacemos por amor o por obligación? Que el espíritu de santidad que ha sellado nuestros corazones nos lleve a toda verdad y nos enseñe a poner nuestras habilidades, nuestros recursos, nuestro tiempo, a su servicio y para su honra. Sobre todo, que podamos exaltar su nombre y llevar su mensaje a todos los pueblos.

Bajo las alas de Dios de Israel

Francisco Hidalgo

 

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