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Sefardita Isaías 6: 1-13; Askenazi Isaías 6:1-13-7:1-6; 9: 5-6

      El profeta Jeremías dijo: ¿Quién estuvo en el secreto de Adonay, y vio, y oyó su palabra? (23:18). Quizás han sido pocos los que han tenido ese privilegio, tener una visión del poder y la gloria del Eterno Dios, el creador de los cielos y las tierra.

Entrar en la intimidad del Eterno, conocer su voluntad, escuchar su voz audible, y reconocer que no soy digno de semejante privilegio, esto es, contemplarlo en la hermosura de su santidad, debe ser maravilloso. Ver los seres angelicales, escuchar las melodías celestiales y reconocer que solamente somos mortales que hoy estamos y mañana desaparecemos.

Ese privilegio lo han tenido pocos hombres, soy muy pocos, pero han tenido una revelación del trono de Dios, y han quedado fascinados y han reconocidos que ese, es su último momento de vida. Porque nadie puede ver a Dios y vivir, nadie que tenga pecado en su alma puede contemplar al Santo de Israel.

Isaías sabía perfectamente que su vida estaba en juego, porque pensaba que sus ojos habían visto al Dios eterno, sus oídos habían escuchado las alabanzas de los cielos, pero él y su pueblo eran de labios impuros, pero en esa visión, experimentó la misericordia del Eterno, y se extendió su vida para anunciar el favor de Dios a Israel y a las naciones.


      “En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el SEñOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria.” (Isaías 6:1-3 LBLA)

Yeshayahu (Isaías: Adonay es salvación) es el nombre hebreo de Isaías, hijo de Amoz. Isaías y Miqueas fueron contemporáneos (compárese Isaías 1:1 con Miqueas 1:1). La actividad profética de Isaías fue precedida por la de Amós y Oseas (Amos 1:1; Oseas 1:1).

Amós y Oseas profetizaron principalmente contra las tribus del norte; Isaías y Miqueas concentraron sus profecías especialmente contra Judá y Jerusalén (1.1). Isaías declara que ha profetizado durante los reinados de “Uzías (Azarías 792-750), Jotam (750-735), Acaz (735-715) y Ezequías (715-697), reyes de Judá” (1.1). Algunos consideran que recibió el llamado a ejercer como profeta en el año en que murió el rey Uzías, 750 AEC Aprox. (6:1-8).

En la primera mitad del siglo VIII tanto Israel (reino del norte), bajo Jeroboam II (793-753), como Judá, bajo Uzías (reino del sur, 792-750), disfrutaron de gran prosperidad. Esto se debió en buena medida a la no intervención de los asirios durante un período considerable.

Podemos describir mejor el reinado de Uzías como la época más próspera que conoció Judá desde la división de la monarquía, después de la muerte de Salomón. Bajo Uzías y Jotam, la prosperidad y el lujo abundaron en Judá; este estado de cosas se refleja en Isaías 2:6-8.

En el año 750 AEC, la muerte del rey Uzías (6:1) marcaría una transición y se comenzaría a poner fin a una época de bonanza en que tanto Judá como Israel habían disfrutado de unos 50 años de respiro al verse libres de agresiones en gran escala. Pronto sería sólo un recuerdo: El resto del siglo estaría dominado por la voracidad de los reyes asirios: Tiglat-pileser III (745-727), Salmanasar (727-722), Sargón II (722-705) y Senaquerib (705-681). Sus ambiciones no se reducían a simples saqueos sino a formar imperios; para la consecución de sus fines, sacarían de cuajo poblaciones enteras llevándolas cautivas y castigando el más mínimo signo de rebelión con inmediatas y espantosas represalias.

Algunos eruditos bíblicos fechan la última aparición del profeta en la época de la campaña contra Jerusalén hecha por Senaquerib en 701 AEC, pero no se sabe con exactitud. Esto deja abierta la posibilidad de lo descrito por la tradición judía la cual dice que Isaías fue aserrado en dos en el reinado de Manasés: “Shimon ben Azzai dijo: He encontrado un pergamino de la genealogía, y estaba escrito: ‘Fulano de tal es un mamzer, [habiendo nacido] de [una unión prohibida con] una mujer casada, y estaba escrito: “la enseñanza de Rabí Eliezer ben Jacob es pequeña en cantidad, y limpia”. Y en ella también estaba escrito: “Manases mató a Isaías”” (Yevamot 49b).

Algunos eruditos encuentran una referencia a esto en Hebreos 11:37. El hecho que Manases haya aserrado a Isaías es una especulación y no podemos asegurar al 100% que fue así. Probablemente Isaías hubiera incluido a Manasés en su lista de reyes, bajo los cuales ejerció su ministerio (1:1). En esa lista no aparece Manases, por ende no podemos asegurar que su ministerio se extendiera hasta su reinado (697-642 AEC); sin embargo no podemos negar la posibilidad de esta postura por la fuerza de la tradición.

El llamado del profeta

      Isaías siente temor al tener una visión tan hermosa, y este temor es lógico, él pensaba estar viendo en su máxima expresión al creador del universo, y sabe a la perfección que nadie puede verlo y vivir.

El conoce su condición y la condición del pueblo, esto es: un mortal con pecados y necesitado de un redentor; la condición del pueblo era eso, y más: El pueblo se había volteado a la adoración falsa, la idolatría era una de las muchas atrocidades de las que se les podía acusar.

Esa terrible visión de la majestad divina sobrecogió al profeta con una sensación de su propia vileza. Estamos acabados si no hay un Mediador entre nosotros y este Dios santo. Un vistazo de la gloria celestial basta para convencernos que toda nuestra justicia es como trapos de inmundicia. Es en ese entonces en donde Dios actúa y un ser angelical (serafín) vuela, toma un carbón del altar celestial y toca los labios del profeta: “Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que había tomado del altar con las tenazas; y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado.” (Isaías 6:6-7 LBLA)

El profeta recibió de parte del cielo una limpieza de labios y el perdón de los pecados, esto inundó de paz al profeta y pudo contemplar más detenidamente la adoración de los serafines dirigida al Eterno, y no solo eso, sino que también escuchó una conversación divina, en donde se solicitaba a un emisario que llevara ese mensaje de purificación y perdón.

Si somos acuciosos notaremos que existieron algunos pasos para que el profeta aceptara su llamado, e iniciara su misión como vocero celestial. Primero una revelación, segundo aceptar su condición de pecador y esto lo llevó al arrepentimiento, tercero aceptar la misión. Y es este quizás el proceso que todos hemos experimentado.

  1. Revelación: todos aquellos que hemos depositado nuestra fe en el único Dios verdadero, hemos tenido una revelación de ese Dios, esa revelación pudo haber sido de muchas maneras. Teológicamente hablando podemos citar dos: revelación general y revelación especial.
  2. Arrepentimiento: el arrepentimiento solo es posible cuando reconocemos y aceptamos nuestro pecado, sino reconocemos nuestro pecado, y sobre todo que necesitamos del perdón divino, no podemos tener un arrepentimiento completo.
  3. Aceptar nuestro llamado: todos los creyentes tenemos un llamado muy especial y esto es la edificación del cuerpo del Mesías y hacer crecer el reino de Dios aquí en la tierra. Esto lo podemos lograr si aceptamos la misión que nos encomendó nuestro santo maestro: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones en mi nombre” (Mateo 28:19)

Como hijos del Eterno Dios de Israel y parte de la comunidad de los santos, tenemos una misión muy importante en nuestras manos. Así como nosotros en otro tiempo estábamos muertos en nuestro delitos y pecados (Efesios 2:1), y en la gran misericordia del Eterno alguien nos dio la revelación de la buena nueva de salvación y salimos del reino de las tinieblas, al reino de su amado hijo, así también debemos de anunciar a otros las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9).

Nuestra misión y nuestro llamado es anunciar las buenas nuevas del reino. Y hasta el día de hoy el llamado celestial es igual, y no ha cambiado a través de las generaciones y este es: “Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” el cielo espera que nuestra respuesta sea igual a la del profeta: “Heme aquí; envíame a mí.” (Isaías 6:8)

Bajo las alas de Dios de Israel
Francisco Hidalgo

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