Números 8:1-12:15
Haftará: Zacarías 2:14-4:7
Sepultando la murmuración.
“¿Acaso no tengo derecho a expresar mi opinión?” “¿No tengo derecho para decir lo que pienso?”. Muchas veces nos gusta dar nuestra opinión de las cosas que nos rodean o de las cosas que pasan a nuestro alrededor, incluso de las personas con las que interactuamos. Hemos aprendido a una sociedad muy crítica y sabemos que un poco de reflexión y discernimiento son buenos en todo sentido.
Esto causa en nosotros una sensación de “derecho social” o “derecho legal” a la hora de expresar nuestra opinión. Es cierto que tenemos el derecho a usar la inteligencia que El Eterno nos dio para hacer juicios; sin embargo, el problema surge cuando nos topamos con uno de los pecados que enciende la ira del Eterno: La murmuración.
En la parasha de esta semana, vemos como los hijos de Israel provocan a ira al Eterno por una actitud de murmuración e hipercriticismo. Tanto el capitulo 11 como el capitulo 12, son algunos ejemplos de esta actitud en el desierto, primero por los hijos de Israel y la gente que subió con ellos, y luego por Miriam y Aarón.
Leemos en la Torá:
“Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de El Eterno; y lo oyó El Eterno, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de El Eterno, y consumió uno de los extremos del campamento.” (Números 11:1).
El inicio del capítulo 11 es una queja y murmuración ante El Eterno, en el transcurso del capítulo vemos como la murmuración sigue haciendo que Moisés considere en sobremanera gravoso, llevar al pueblo. El pueblo se queja del Mana y de las cosas que comían “De balde” en Egipto. Moisés intercede y expone su causa ante El Eterno, diciendo que él solo no podrá con semejante carga y El Eterno elige a setenta varones de entre los hijos de Israel y promete que los hijos de Israel tendrán carne, hasta que saliera por “sus narices”.
El Eterno es tardo para la ira y grande en misericordia, si hay un pecado que hace acelerar su juicio y su ira, este es la murmuración. En cada murmuración o queja, hay un gramo de ateísmo y de negación de la existencia del Eterno; es como decir que Él no ha hecho bien las cosas y que seguramente si nosotros estuviéramos “a cargo” del universo, las cosas serían mejor.
Vemos en el caso de Kibrot Hataava, que la murmura es algo que El Eterno aborrece. La murmuración es una forma de “Lashon Hara”, o maledicencia. Al hacerla, estamos ejercitando nuestra falta de fe, nuestra falta de confianza en El Eterno, nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra codicia, nuestros más bajos instintos en un solo momento. Este es un pecado del que tenemos de cuidarnos.
Pablo escribe:
“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron.” (1 Corintios 10:6)
Y también:
“Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;” (Filipenses 2:14-15)
Según el Rab Shaúl (Pablo), no tenemos que hacer nada con murmuraciones o contiendas. Una cosa es dar un consejo, una exhortación con un espíritu manso como hizo Yitro con Moisés (Exodo 18) y otra cosa es, vivirme quejando de la situación con un espíritu soberbio, egoísta y altivo. Es esto lo que la Torá prohíbe.
Muchas veces en la vida, somos propensos a enfocarnos en lo que nos hace falta. Pareciera que las cosas son valiosas si no las tenemos, y pierden su valor cuando las tenemos, la chica o el chico con el que nos casamos, era tan perfecta(o) cuando no estábamos juntos en un mismo techo. El carro se devalúa más rápido en mi mente que financieramente. Estamos viviendo una vida sin saciedad y sin un espíritu afable y agradecido. El materialismo de nuestro siglo está presto a recordarnos lo que nos hace falta, lo que no tenemos y a “demostrarnos” que tan poca cosa es lo que El Eterno nos ha dado.
La cura para la codicia es el agradecimiento, la cura para la murmuración es el amor. Cuando estamos agradecidos siempre con lo que tenemos, lo que falta es únicamente lo que al momento no tenemos, no es aquello que debemos tener para ser felices o mejores. Este agradecimiento tiende a degradarse con una de las palabras más temibles por la sociedad del siglo XXI: La rutina.
El mapa mental que tenemos de la palabra rutina es increíblemente fuerte. La etimología de rutina es del francés “routine”, que viene de “ruta”. Nuestra concepción de la palabra viene de la idea de recorrer el mismo camino o ruta, repetidamente. Así pues, si vamos al trabajo de 8:00 a 5:00 y de 7:00 a 8:00 a hacer ejercicios, esa es la “rutina” de la vida.
Hay un problema con hacer de la “rutina” algo esencialmente malo: Siempre habrán cosas que son rutinarias porque somos personas de costumbre o de instintos. ¿Por qué ponemos en la mesa el plato principal en frente y la bebida a la izquierda o a la derecha? ¿Por qué nos ponemos siempre el pantalón primero y luego la camisa o viceversa? Además ¿Cuántas cosas no hubiesen sido aprendidas sin una consistente serie de ejecuciones? Es aquí donde nuestra concepción de la “rutina” comienza a cambiar.
Ciertamente la innovación es algo grandioso, no estamos abogando por un estilo de vida monótono, herméticamente sellado al cambio, o a lo nuevo. Simplemente estamos retando la cosmovisión convencional que indica que la rutina es en sí misma aburrida o tediosa.
Muchas veces incluso extrañamos la “vieja rutina” y nos enojamos por esta “nueva rutina”, mostrando que en realidad lo malo no es que existan actividades o sucesos repetitivos, lo malo es que simplemente hemos decidido enfocarnos en lo malo y en lo que hace falta. Los hijos de Israel habían olvidado lo positivo de la “rutina” del mana, y lo negativo de su “vieja rutina” de comer “en balde” pero en amarga esclavitud.
Ellos dijeron: “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.” (11:5-6).
El reto y el significado de la vida plena es precisamente ese: Vivir intensamente agradecidos con lo que tenemos, encontrar la forma de experimentar cada vez la dulzura y la belleza de los momentos, incluso los repetitivos. Enfocarnos en lo que tenemos y luchar por algo que haga falta con conformidad pero no con conformismo. Debemos de vivir agradecidos por lo que tenemos, y luchando por lo que hace falta, en lugar de, quejándonos de lo que tenemos, y murmurando o renegando por lo que nos hace falta.
Daniel Lancaster no lo pudo expresar mejor cuando dijo: “Todos los días de nuestra vida están llenos de cosas buenas y cosas malas. Todo ser humano tiene características positivas y características negativas. Si nos concentramos en las cosas malas que cada día contiene y las características negativas que cada persona posee, nos pasaremos toda nuestra vida en un mundo feo donde todo sale mal todo el tiempo y todos los que conocemos son muy deficientes. Con nuestros espíritus críticos y lenguas en realidad podemos arruinar nuestras vidas.” (Weekly E-drash, Malcontents, Daniel Lancaster, First Fruits of Zion, 800.775.4807, www.ffoz.org.)
Tenemos que empezar a vivir llenos de agradecimiento por aquel mana que tenemos, y no llorar amargamente y con altivez por las codornices que nos faltan. Debemos agradecer por nuestros líderes espirituales y ayudarles, más que cuestionar maliciosamente sus decisiones o equivocaciones en nuestro entender.
Nuestro Maestro Yeshúa nos enseñó a vivir plenamente agradecidos con El Eterno. Si El Eterno provee para los cuervos y para los lirios del campo (Lucas 12:24-27) ¿Cuánto más para nosotros? El afán, el stress o las murmuraciones de cada día, disminuyen naturalmente cuando vivimos teniendo en cuenta, al Padre Eterno y Bueno que está en las alturas velando por nosotros.
No murmuremos y hagamos todas las cosas con un espíritu puro, renovemos nuestra visión de la vida, plenamente conscientes de su poder, su gracia y su amor para con nosotros. Nuestra vida y la de las personas que nos rodean, serán muchísimo mejor, y nuestro padre dirá desde el cielo: “Bien hecho, entra en mi bendición, pues has sepultado la codicia y maledicencia”.
שבת שלום
¡Shabbat Shalom!
Isaac Bonilla