Shemot (Exodo) 13:17-17:16
Haftara: Shoftim (Jueces) 4:4-5:31
Resumen de la parashá: El Eterno decide no llevar al pueblo por la tierra de los filisteos, aunque era un camino más corto sino que da instrucciones para el viaje. Moisés se encarga de llevar los huesos de Yosef. El Eterno va delante del pueblo protegiéndolos en la columna de fuego o en la nube. El Eterno ordena acampar delante de Pi-Hahirot y el faraón toma 600 carros escogidos y su ejército para perseguir al pueblo; El Eterno ordena a Moisés abrir el mar con su vara, el mar se abre y los hijos de Israel marchan en lo seco en medio de el. Los egipcios son ahogados en el mar al tratar de perseguir a los hijos de Israel, Israel cree en El Eterno y en su siervo Moisés y entonan al unisonó una canción a El Eterno, Miriam también toma un pandero y canta con las mujeres. El pueblo llega a Mara donde las aguas están amargas, El Eterno instruye a Moisés con respecto a un árbol, este lo echa a las aguas y se vuelven dulces. El Eterno da leyes a los hijos de Israel (según algunos comentaristas, entre ellas El shabbat) y promete alejar las enfermedades y plagas puestas en Egipto de la nación Israelita. El pueblo tiene hambre y se queja por falta de pan, El Eterno promete que hará llover pan del cielo, el cual tendrá que ser recogido diariamente por los hijos de Israel, únicamente no caerá en el día de Shabbat; así que el pueblo tendría que recoger doble el día sexto de la semana. El Eterno también daría codornices al pueblo para comer carne e instruye a Moisés concerniente al Shabbat y sus restricciones; además dice a Aaron que recoja un gomer de Mana y que lo ponga delante del testimonio. El pueblo vuelve a tentar a El Eterno en Meriba, El Eterno dice a Moisés que golpee la roca y esta dará agua. Amalec ataca al pueblo y Josué es enviado a la batalla, Moisés sube a un monte e intercede por Israel y siempre que levanta las manos, Israel prevalece. Josué finalmente deshace a Amalec a filo de Espada. Moisés levanta un altar llamado Adonay-Nisi, esto es, El Eterno es mi estandarte.
Lecciones del cruce del mar y de Mara: Adoptados y protegidos.
La parashá de esta semana tiene muchos tópicos, podríamos disertar sobre cada uno de ellos largamente viendo sus principales explicaciones, aplicaciones, alusiones mesiánicas, proféticas y midrashim elaborados por los sabios en torno a todos estos tópicos. La parashá nos narra la continuación de la salida de Egipto y la liberación total del yugo del faraón en el cruce del mar de juncos. Además, nos narra como el pueblo, al salir de Egipto, comenzó un ciclo de quejas y de recepción de bondades de El Eterno de múltiples cosas.
En esta ocasión, hablaremos de las lecciones prácticas que esta parashá trae para nuestras vidas y que podemos aprender de ella y vivir llenos de optimismo, fe y felicidad. Hay una sola cosa que hubiera hecho que los hijos de Israel se evitaran problemas en su travesía por el desierto, si solo hubiesen tenido presente esta verdad cada día, no hubieran vociferado en quejas de continuo contra Moisés y Aarón. No es ningún concepto profundo ni oculto a nuestros ojos ni los de ellos; sino que fue la misma revelación de la zarza: La fidelidad de El Eterno.
Si recordamos lo visto en la parashá VaEra, El Eterno no únicamente es “El Shaddai”, el Dios todo suficiente que tiene un gran poder. El también es “Ehyeh asher Ehyeh”, “Yo seré el que seré” o “Yo soy el que soy”, es decir, no únicamente hace las cosas en el pasado, sino que su ser es constante y no está sujeto a mutación o cambio. Los escritos apostólicos nos dicen que en El Eterno “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Jacobo 1:17. También conocido como Santiago).
Debido a esto, los hijos de Israel debían de recordar, que aquel que los libró de Egipto, era también fiel y poderoso para seguir guardándolos en el desierto. El Eterno no era un dios como el de los egipcios, el cual únicamente tenía mitos sobre cosas hechas en un pasado desconocido; El Eterno pudo, puede y podrá sostenernos pues él es fiel y sus promesas no caen al suelo sin cumplimiento.
Los hijos de Israel debían pensar: “Si El Eterno nos sacó de Egipto con su gran poder por medio del cordero de Pesaj y haciendo grandes juicios, ciertamente no fue para dejarnos morir aquí. El debe tener un propósito para nosotros y nos proveerá según su gran poder y gloria”.
Ciertamente después del cruce del mar, debía ser claro para los hijos de Israel, el ilimitado poder de El Eterno y su buena voluntad para poder bendecirlos. El fin de cada milagro era darles a conocer más y más de su carácter para que pudieran tener una base para confiar en su fidelidad.
No importaba si faltaba agua potable (como en Mara), si faltaba pan o carne (como en Sin), agua en lo absoluto (como en Refidim) o si alguien amenazaba su vida (como con Amalec); El Eterno, el Dios que los sacó de Egipto, podía proveer para todo eso pues los había adoptado como hijos.
La fidelidad de El Eterno es la clave para esperar en sus promesas, es la clave para no morir en el desierto, es la razón para mantenernos optimistas y llenos de fe y esperanza. Su fidelidad es grande, la escritura dice:
“Por la misericordia de El Eterno no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones 3:22-23).
“Porque recta es la palabra de El Eterno, Y toda su obra es hecha con fidelidad.” (Salmos 33:4).
“Porque El Eterno es bueno; para siempre es su bondad, Y su fidelidad por todas las generaciones.” (Salmo 110:5).
Su fidelidad es lo que nos hace estar seguros con respecto al futuro, la redención final, su propósito para nuestras vidas; si no fuese por esto, nuestro espíritu decaería. La fidelidad del Eterno es la clave para una vida espiritual madura. Aquel que ha aprendido a esperar en el Eterno, ha madurado en su fe y en su andar.
Como creyentes en Yeshúa nuestro Maestro, sabemos que las promesas de El Eterno nunca son vacías, huecas y sin cumplimiento. Sus promesas de redención espiritual en el Mesías fueron cumplidas en Yeshúa, en su primera manifestación pública. El cumplirá las promesas de la redención final en su segunda manifestación.
En Yeshúa, sabemos que El Eterno cumple sus promesas por su gran fidelidad como se nos dice:
“porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en el Mesías, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:20-22).
Los hijos de Israel pasaron un proceso muy definido: Promesas de salvación/liberación – Salvación por medio del cordero de Pesaj – Cruce del mar siendo legalmente adoptados por El Eterno al perecer el faraón – Dadiva de la Torá, la norma para obedecer a Dios por amor y fidelidad a él.
Nuestra salvación personal también se refleja en la historia del pueblo en Egipto: Recibimos promesas de salvación en Yeshúa, vinimos a la salvación de nuestros pecados por medio de Yeshúa, el cordero de Elohim que quita el pecado del mundo. Luego, hicimos Tevilah (Bautismo) en la autoridad de Yeshúa siendo recibidos legalmente como parte del cuerpo del Mesías. Inmediatamente, El Eterno espera que guardemos sus preceptos, no como requisito para salvación, sino para obedecerle y vivir piadosamente delante de él.
Shaul (Pablo) de Tarso, aplica midrashicamente (homiléticamente, con un significado profundo en vías de una enseñanza) el cruce del mar de juncos a la Tevilah, él nos dice: “y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar,” (1 Corintios 10:2). ¿Significa esto que todos los Israelitas hicieron una Tevilah o bautismo, cuando cruzaron el mar? Claro que no, Pablo no lo dice literalmente, sino que utiliza la historia para hacer un parangón muy importante entre la salvación nacional del pueblo en Egipto, y nuestra salvación personal de nuestros pecados.
Después del cruce del mar de Juncos, legalmente los hijos de Israel no tenían más Amo que El Eterno y una autoridad puesta por Él, Moisés; De igual manera, al formar parte legal del cuerpo del Mesías, en la Tevilah (en griego “Baptizo”), tenemos únicamente un Dios, el Padre, y un Señor, Yeshúa El Mesías.
Los hijos de Israel, debían saber que si fueron redimidos por El Eterno y adquiridos como posesión de Él, Él cuidaría de ellos en el desierto. El Eterno únicamente deseaba que el pueblo confiara en Él siempre para poder proveerle y tener una relación intima y cercana con ellos, tal como está escrito: “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, Si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, Y vuelto mi mano contra sus adversarios. Los que aborrecen a El Eterno se le habrían sometido, Y el tiempo de ellos sería para siempre. Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo, Y con miel de la peña les saciaría.” (Salmo 81:13-16. Énfasis añadido)
El salmista describe como, haber esperado en El Eterno oyendo sus palabras con fe, hubiera traído como consecuencia una provisión sobrenatural. Muchas veces, somos puestos en el desierto para que nos demos cuenta de la gloriosa mano de El Eterno para nuestra vida, y como Él tiene cuidado de nosotros para mejorar nuestra relación.
Muchas veces creemos que lo mejor sería que El Eterno nos diera todo lo que necesitamos de una vez, quizás pensamos que debemos de tomar el camino corto para obtener lo que nos “merecemos”. Pero, así como El Eterno no condujo por el camino corto al pueblo, sino que lo llevó por el desierto y al monte Sinaí para darles la Torah, de la misma manera somos llevados por Él para aprender a confiar y obedecerle.
El talmud contiene una narración sumamente interesante y hermosa en este respecto. Ahí Shimon Bar Yojai cuenta una parábola muy ilustrativa sobre la razón del mana y su provisión diaria. Ahí leemos:
“R. Simon b. Yohai fue preguntado por sus discípulos: ¿Por qué no descendió el maná a Israel una vez al año? Él respondió: daré una parábola: Esto puede ser comparado a un rey de carne y hueso que tenía un hijo, a quien proveía de mantenimiento una vez al año, por lo que iba a visitar a su padre una vez al año. Luego, él proveyó para su mantenimiento todos los días, por lo que su hijo tenía que visitarlo todos los días. Lo mismo con Israel. Uno que tuviera cuatro o cinco hijos se preocuparía, diciendo: Tal vez ningún maná bajará mañana, y todos morirán de hambre. Así, tenía que dirigir su atención a su Padre en el Cielo.” (Yoma 76a).
Como vemos, nuestra necesidad muchas veces es impuesta para tener que depender de El Eterno y que nuestra relación con Él sea cercana, no lejana, monótona o “innecesaria” en nuestro pobre parecer. Así como el hijo de la parábola, nosotros debemos de depender de El Eterno cada día, como Israel dependía cada día de Él para recibir el mana.
Seguramente nuestro Maestro tenía esto en mente cuando enseñó a sus discípulos a hacer su plegaria diciendo: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy” (Mateo 6:11).
Muchas veces, esto que es tan sencillo y básico de comprender intelectualmente, es olvidado en la practica en nuestra vida espiritual. Definitivamente nuestro instinto de supervivencia y nuestra mala inclinación no desean la dependencia diaria del cielo; sin embargo, únicamente dependiendo diariamente de El Eterno, podemos estar seguros que estamos en el camino de la madurez.
Cada creyente que ha nacido de nuevo y ha sido regenerado por El Eterno ha pasado de muerte a vida, de oscuridad a luz, del reino de las tinieblas al reino de Dios y su ungido. ¿Cómo podemos pensar que aquel que nos recató de todo esto, no podrá proveernos? ¿Cómo se nos ocurre desconfiar o tentar a El Eterno, después de que Él nos libró de todo lo pasado?
Shaul de Tarso lo describe insuperablemente: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Lógica simple: No hay más regalo de parte de Dios, que dar a su hijo por nosotros; si Él nos dio eso, ¿tendría algún inconveniente en dar algo menos trascendental? Definitivamente no. Probablemente en alguna disertación, Moisés pudo decir algo similar a los hijos de Israel: “Aquel que os salvó de Egipto y no escatimó esfuerzos para librarlos ¿Cómo nos os dará todas las demás cosas en este peregrinaje?”
Debemos de confiar en El Eterno pues sabemos que su glorioso poder es suficiente ayer, hoy y siempre para proveer para sus hijos, tal como está escrito: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Yeshúa el Mesías.” (Filipenses 4:19)
Que en esta parashá aprendamos un sencillo principio: Dios no adopta al que no podrá criar ni cuidar. Así como después del cruce del mar, El Eterno podía proveer; él sigue siendo “Adonay Yire” para ver por nuestra necesidad en este peregrinaje de la vida. El puede y desea hacerlo, ¡Bendito sea su nombre por su fidelidad!
¡Shabbat Shalom!
Isaac Bonilla